Nitsuga Amano

El hombre que muriĆ³ en brazos de la luna

Alzó la mirada hacia el cielo,
la luna en su esplendor, misteriosa y bella,
pero él, por su nombre no la llamaría,
pues en el abismo de un amor no correspondido,
sabía que sus ansias quedaban sin respuesta.

 

 

Un mar de intranquilidad va ahogando las quimeras,
en la penumbra de la noche, se esconden enigmas,
rostros ocultos, miradas esquivas,
y él, en la oscuridad, naufraga en sus ilusiones perdidas.

 

 

Aceptando riesgos, desafiando lo imposible,
soslayando excusas, se entregó sin reserva,
hoy, un hombre muere en los brazos de la luna,
sumergido en un océano de anhelos sin fortuna.

 

 

En la quietud de la noche, sus suspiros se ahogan,
en la lejanía, un eco de tristeza resuena,
la luna, testigo mudo de su pena,
convierte su lamento en sombras que lo arropan.

 

 

Las ilusiones, como estrellas lejanas,
se desvanecen en el firmamento sin luz,
y él, en su agonía, busca en la luna consuelo,
pero solo halla un reflejo de su propia desventura.

 

 

El hombre, sumido en una danza de desesperanza,
trémulo y abatido, siente cómo el alma se ahoga,
en los brazos de la luna, se rinde a su suerte,
mientras el eco de un amor no correspondido lo sofoca.

 

 

En su desdicha, entre susurros sombríos,
el hombre y la luna, cómplices en su desamparo,
tejen una historia trágica y efímera,
donde las ilusiones se diluyen en un sueño agridulce.

 

 

Así, en la vastedad de la noche sombría,
el hombre sucumbe en el abrazo de la luna,
y en la penumbra, las sombras danzan con melancolía,
mientras el dolor se hace eco en cada una de sus runas.