J. Moz

La furia del SIGLO (1 de 4)

LA FURIA DEL SIGLO  (1 de 4)

I

De pie bajo la noche,
en el puente de los tiempos,
me resisto, oh dioses,
ante el relámpago que troza las plegarias,
ante el llanto que escurre por las tumbas,
ante el odio que arrasa en las ciudades.

¿Qué dios mueve la mano?
¿Qué mano mueve los dados?
¿Qué dado… soy yo?

Todo es un abismo donde insiste la agonía
y de un momento a otro se desata la desgracia.

Soy un sonámbulo entre la penumbra.
Soy un aullante de noches repetidas.
Soy un guerrero en busca de la luz.

Y nada puedo hacer,
salvo entregarme a la más densa oscuridad
y rezar ensimismado frente a cada espejo.

II

Hay una bestia que lleva en el vientre
una profecía de lengua oscura:
llegó desde hace siglos
con miles de manos,
con miles de caras,
con miles de lenguas;
avanza con una letanía de daños,
a veces pesada, a veces pausada,
siempre tortuosa, furibunda, desastrosa,
de sus fauces brota el odio,
de sus garras brota el caos,
de su aguijón brotan los miedos,
nada permanece en sus colmillos,
todo cabe en sus entrañas,
nadie escapa de su jaula.

Hay que evitar la herida, el sangrado,
hay que cerrar la corriente que lo inunda todo,
aguas que arrastran, que muerden, que borran,
hay que luchar a contracorriente,
gritar, sobrevivir por el último suspiro,
por la última bocanada de aire,
por la última plegaria que se arrastra con el lodo.

La bestia grita con su colección de sufrientes,
hijos desamparados, desposeídos, ultrajados,
a su paso queda un sembradío de ilusiones desahuciadas,
un coro gemebundo, una catedral de velas olvidadas,
queda un cementerio desgarrado por la lumbre,
un charco de agua, un montículo de sal.

La bestia crece con una cascada de rostros enajenados,
de ojos rotos y de saliva caliente,
llega silenciosa, diminuta,
apenas en un grito,
en una lágrima,
en una gota de sangre,
y después se agiganta:
todo lo habita y lo deshabita,
todo lo construye y lo destruye,
todo lo grita y lo enmudece.

Los deseos se deshojan,
la vida se hiere, se trastoca,
se lastiman los días venideros,
el placer se arroja pecho en tierra
y el yo se vuelve pura fobia, pura escoria,
hacia abajo, rumbo a nada, como siempre.