Nitsuga Amano

El idioma de los sabios

El silencio, templo facto del sabio, se adentra entre los rincones de su ser para beber del elixir de la vida que rejuvenece el alma al alabar cada palabra, pronunciarla, salivarla y apreciar el sentimiento al conjugar cada sílaba.

 

 

En aquel altar alaba la deidad que ilumina mi mente, haciendo que en mi locura escriba sin parar por unos instantes, entregándome por completo a la poesía.

 

 

Presencié a mi amada llorar en un ataque de histeria, mientras yo, en pura cólera, también lloraba. Fue entonces cuando vi llover en un día despejado al cielo.

 

 

Anhelo el pasado como todo niño que extraña su juguete, no por su materialidad, sino por su carga emocional, la cual resuena en aquel objeto sin vida que alimenta y nutre mi imaginación.

 

 

 Así puedo relacionar el juego con un instante que, a pesar de durar segundos en mi mente, me lleva a manejar un camión de bomberos, apaciguando incendios en los corazones y mitigando las brasas de la tristeza al perder a un ser querido en las llamas, encontrando calma en sus brazos.

 

 

O simplemente por el mero hecho de apreciar la vida y respetar la muerte, cuyas decisiones están más allá de nuestra comprensión, en lo divino.

 

 

Recuerdos hermosos se albergan en el cofre de nuestras memorias, en lo recóndito de su interior. 

 

 

Me sumerjo en lo profundo de su interior, cual buzo en busca de un tesoro en un mar, perdiéndose en sus profundidades. Me vuelvo uno con el vacío y su oscuridad profunda. Soy un alma libre, un ánima con incógnitas sobre su existencia y todo lo que la rodea. Eso es el silencio.