Viajamos en el tren de frágiles rieles.
Nos adentramos entre tempestades,
fuegos, fuertes vientos y vanidades.
¡Gritamos al cielo nuestra benevolencia!
En el viaje obviamos la grandeza del paisaje.
No damos importancia lo que vamos
dejando a lo largo del trayecto sin retorno.
Bien sea; familia, amigos, proyectos,
caminos por descubrir, o la diminuta
abeja libando de la flor.
El tren no tiene estación,
continua su rápida marcha.
Simplemente, un día dejas la mochila
en el anden, con el reloj sin horas,
vacía de recuerdos, rodeada de sombras.
Cargada de minutos, no vividos.
Dejando tu espacio y pertenencias libres.
¡Créeme..!
¡Nadie preguntará quién la perdió!
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