Marcos Gaviola

Creer sin ver, o creer a pesar de ver

Perdón si hablo con sinceridad salvaje, pero veces le digo a Jesús:

Señor, ¡qué difícil nos la dejaste! Los Apóstoles al menos te vieron con sus ojos, y escucharon tu voz de manera inmediata. Yo, ¡tengo que conformarme con creer sin ver!

Sin embargo…

¿Es más difícil creer sin ver?

Tal vez fue más difícil creer viendo.

Porque es difícil creer que ese hombre que come conmigo es Dios.

Es difícil creer en un Dios nacido de mujer en una aldea,

es un Dios con acento de Galilea:

un Dios carpintero, que trabaja la madera,

y que se sienta junto a un pozo fatigado por el camino.

Y es muy difícil ver un Dios traicionado por sus amigos,

tan angustiado que suda sangre,

que se siente abandonado por su Padre,

y muere en la cruz entre malhechores.

 

Es muy extraño ver llorar a Dios desde lo alto del monte,

y verlo llorar nuevamente por un amigo.

Es cierto: los milagros suceden, y los he visto,

pero son tan breves,

tan inesperados,

y vienen seguidos de jornadas extenuantes

donde todo parece tan humano,

que me hace olvidar, y hasta dudar,

de lo que mis ojos han visto, y de lo que he oído.

Tal vez es más fácil creer sin haber visto,

tal vez somos más felices quienes no hemos contemplado

cuando todas estas cosas han sucedido

y Cristo ha resucitado.