José Luis Barrientos León

En mi natalicio (18 de mayo)

 

Soñé con ser amor eterno, rechazando el amor imposible,

Soñé con ser memoria, rehusando convertirme en recuerdo,

Soñé con dejar huella, desistiendo a ser camino,

Soñé con la libertad, repudiando el término pecado.

 

Elegí ir contracorriente para forjar mi propio camino,

escribiendo mi nombre sin resignación, con rebeldía,

bendiciendo el insomnio que descubre el amor entre las flores,

apreciando la rabia que repele el frío de las sábanas.

 

He disfrutado el deseo que degusta mi boca,

el egoísmo absoluto de gozar en mis brazos el cuerpo de mi amada.

 

He muerto y renacido para vivir el amor sin condiciones,

rompiendo los dogmas que amenazan mi pensamiento.

 

He condicionado mis instintos a la pureza,

al mar, al río y la montaña que liberan mi alma cual mariposa.

 

Mis manos se condenaron a las caricias,

prometiendo con su palma suavidad y ternura,

para darle motivo a los deseos,

que caen de mi boca como besos,

 

No he querido a mis ojos apagados,

llorando y plañendo desventuras,

los que he querido siempre encendidos,

iluminando caminos y llanuras.

 

No he querido a mis pies entumecidos,

esperando los domingos de cuclillas,

los he querido siempre erguidos,

transitando los caminos con motivos.

 

He llevado más de seis décadas a la espalda,

y la mirada aún se fija en los columpios,

en la sombra de la tarde que cobija,

mis libros, mi café y mis añoranzas,

aún se abren mis brazos como alas,

liberando los milagros que hay en mi pecho,

del amor que se brinda y se regala,

con los puños apretados para la batalla.

 

Yo no quiero celebrar la noche oscura,

porque prefiero al mundo dando vueltas,

para hacer el amor y no la guerra,

y aniquilar el llanto con ternura,

derruyendo el egoísmo y la codicia,

con el amor, la libertad y la locura.