Alberto Escobar

Pan para hoy...

 

Los cuerpos bailan,
la razón se estremece. 

 

 

Cuarenta niños en clase,
unos dispuestos en fila,
otros en columnas, 
el profesor entra, 
coloca sus libros sobre la mesa, 
pasa rozando uno de sus bordes
y se sienta, comienza la lección. 
Los niños, un solo cuerpo,
abren sus carpetas, extraen el libro
de matemáticas, toca dividir. 
Juan, que viene del barrio del Carmen
y se sienta a un palmo del profesor,
levanta la mano, como siempre, hace
la primera división, de tres cifras. 
El profesor aplaude la destreza
que va tomando y corrige un solo fallo.
Pedro, tres filas más atrás, ríe, mira 
a Eduardo, ríe, nadie es perfecto,
la envidia ha alentado esas risas,
esa repentina alegría, los niños 
de más atrás también ríen.
Juan se lamenta, sigue dividiendo ajeno
a las risas, quiere enmendar ese fallo, siguen
riendo sin coger lápiz y papel, sin esfuerzo,
es más fácil reír que trabajar. 
La clase termina, Juan queda solo, su rostro
compungido, su soledad es por no reír,
por esforzarse, por mejorar, piensa.
Su soledad es por brindarse como voluntario
para la resolución de problemas y otros deberes
que otros profesores ponen en ese mismo aula
para que todos ejerciten el intelecto, cosa 
que no todos se afanan, como él, en hacer porque
no les da el impulso, su estancia en el colegio
es, piensan, para ser guardados en las horas 
en que los padres están ausentes sudando el pan
que ellos, al llegar a casa, comerán sin saber
qué esfuerzo supone, ni cuanto vale adquirirlo. 
Esos niños gozan en el colegio de toda la popularidad
que Juan desearía para sí, siempre están rodeados
de alegría, bromas, juegos, y Juan está solo, consigo
mismo, pensando en qué había hecho, cuál ha sido
su error para tamaño castigo. Sufre porque no sabe
que la soledad es el premio que la vida le confiere
a todo aquel que se labra poco a poco, que se prepara
para ser capaz de pensar y sobreponerse a los imperativos
de una sociedad que no quiere ciudadanos sino adeptos,
que será capaz de pensar y pensarse, de buscar la verdad
allí donde se esconde y cuando esta ha perdido el prestigio
que antaño tenía, un espíritu libre y culto, frente
a la zafiedad de Pedro y los suyos, que viven el paraíso 
de la cigarra en aquella fábula de Samaniego, pan para hoy
y hambre para mañana....