Miguel Ángel Miguélez

Duele mirar

 

 

 

 

Otra guerra por el oro,

otra herida y otra llaga

tras esos niños soldados,

hijos del dolor y el trauma

que apretando están sus dedos

gatillos por la sabana.

 

Esclavos son ya del miedo;

su destino, la guadaña,

piel desollada a machete

y la ilusión amputada,

su intestino por el suelo

y el plomo por toda el alma.

 

Su sargento los tortura

mientras ríe a carcajadas,

entre muecas de desprecio

y golpes con la culata

para que sepan que muertos

están y ninguno escapa.

 

Las noches son sombras negras,

pesadilla antes del alba,

golondrinas en los huesos,

palomas que se desangran.

 

Las madres tratan de huir,

ha comenzado la caza

de sus hijos, secuestrados

para seguir la matanza

y la violacion perpetua

del hermano y de la hermana

para destrozar la aldea

y, en el recuerdo, la daga

del dolor, de la barbarie

como fuego en su garganta.

 

Duele mirar aquel niño

con las alas ya cortadas,

con el fusil en el hombro

masacrando cada casa

y, mientras le prende fuego,

otro sostiene una pala.

Símbolo de la locura

con que se entierra la infancia

en el terror de la guerra,

en el cerrojo del arma…

 

¿Qué futuro heredará?

 

¿Dónde queda su esperanza

viendo morir a sus padres

y su pueblo envuelto en llamas?

 

Quizá este sea su día,

quizás no llegue a mañana

perdiéndose tras la piel

que atraviesan nuestras balas.

 

Hoy sus ojos me han hablado,

se me clavan en el alma

dos puñales de tristezas

bajo su tierna mirada

que no sabe del silencio

de esta sociedad falsaria

que diciendo tantas cosas

nimias, etéreas, vanas,

evita con su malicia

concederle la palabra

Paz, y surja, en la conciencia,

una luz a tanta máquina

bélica que los destroza

como si carne picada...

 

¿Cuántos más han de caer?

 

¿Cuándo dirémos: ¡Ya basta!?

 

¿Cuándo tendremos en cuenta

que la miseria nos mata?

 

A mí por ver la injusticia,

a ti por muerte inhumana

y al resto por insensibles,

o por no querer ver nada.