Alejandro José Diaz Valero

Amanece y anochece

Amanece, La casa se despierta.

La mañana asoma sus primeros destellos, la casa se despereza. Sus dueños transitan adormitados por su estancia, abren puertas y ventanas para que la fresca brisa matinal ventile sus rincones. Afuera cantan los gallos, y alguna que otra ave canora, esa melodía también entra en la casa y se conjuga con el aromático y fresco respirar de sus espacios.

Ya despiertan los niños, sus risas, sus gritos y sus palabras, van llenando de musicalidad la quietud que quedaba; La prisa de algunos, la pereza de otros,  entre padres e hijos van entrando en calor en sintonía con el sabroso olor a café que sale de la cocina, como antesala al desayuno.

Luego de nuevo la quietud, el trabajo y la escuela se van llevando la algarabía hogareña tras el acostumbrado sonido del vehículo. La casa ya despierta, espera las horas del mediodía, para retomar la intensa actividad de sus habitantes…Allí compartirán sus horas y sus sueños, con la esperanza de convertirla siempre en el dulce hogar donde viven y crecen, antes de emprender su vuelo por la vida.


Es de noche, La casa duerme. 

Sus paredes cansadas de tantos rayos solares dormían abrazadas con el techo, quien sufría la mayor parte del cansancio.

Los pisos, adoloridos de tanta fricción de pisadas y objetos que arrastraron en su cara,  mostraban importantes signos de irritación.

Las puertas adoloridas de su diario vaivén también estaban entre dormidas, atentas por si algún noctámbulo se levantaba en las tinieblas  a intentar entrar o salir, por lo que no le quedaba otra opción que soltar suaves chirridos que a veces se hacen agudos, en señal de protesta.

Las ventanas con sus cortinas descorridas, sus persianas cerradas, también dormían serenas con los ojos enrojecidos de tanto mirar el horizonte; mañana será otro día y tendrán suficiente tiempo para abrir sus batientes parpados y seguir mirando el paisaje.

Es de noche, la casa duerme y mientras descansa, para no romper su silencio, escribo.