Lea Nieves Torres

*****Emilia Ayarza de Herrera****

*****Poetas Invisibilizadas*****

EMILIA AYARZA DE HERRERA

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(Bogotá, 22 de Mayo de 1919 _Los Ángeles 1966)

Doctora en Filosofía y Letras de La Universidad de Los Andes. Perteneciente a las Poetas Colombianas Pioneras, junto a Matilde Espinosa, Maruja Vieira, Mariela del Niño, Gloria Cepeda, Dora Castellanos, en un entorno dominado por los hombres.

Residió en México, aportando activamente a la Cultura Mexicana: fue catedrática de la Universidad Autónoma de México y se destacó como Conferencista en Veracruz, Xalapa, Cuernavaca, Puebla, Toluca, Dachuca y Distrito Federal, entre otros. 

La invisibilización no es extraña en Colombia. En su generación más de 120 mujeres Escritoras Poetas la sufrieron. Escribir no era bien visto en una sociedad mojigata y machista. Su nombre solo tuvo repercusión, hasta después de su muerte, gracias a los amantes de las letras y de la poesía de su entorno.

Entre su destacada obra, tenemos:

*\" La sombra del camino \"

*\" Voces del Mundo\"

* \"El universo es la Patria\"

* \"Juan mediocre se suena la nariz\" (ganador de Concurso en México, 1962)

* \"Ambrosio Maz, campesino de A mérica\" (1963) 

* \"Segunda patria\"

* \"Diario de una mosca\"

* \"Hay un árbol contra el viento\" (Novela)

* \"Margot contiene el ocaso\" (Libro de cuentos).

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Su estilo, muy personal, se refleja en este bello (en el sentido de belleza del filósofo Byung Chula Han) poema titulado:

 

 

\"A CALI HA LLEGADO LA MUERTE\"

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No.

Ni la sangre de polvo.

Ni el rumor de las venas sub-terrestres.

Ni los ojos de antiguas polillas vagabundas.

Ni los hombres de párpados doblados.

Ni la casulla del viento.

Ni la tierra pintada de frutos en la tarde.

 

No.

Nada.

Ni el sexo que comienza en la lengua de los niños.

Ni los pastores de culebras.

Ni las esquinas infieles sobre las ventanas.

Ni la dignidad de los trapiches

sostenida en el breve equilibrio de la caña.

Ni el transparente río que se hunde por los muslos de Cali.

 

No.

Nada.

Ni las almadías del sueño.

Ni el somnoliento camello de la cordillera.

Ni el monólogo amarillo del sol en el espacio.

Ni la paz de los escarabajos.

Ni la mariposa pintora.

Ni el grillo concertista.

Ni la boñiga de oro.

Ni los geranios, ni las bicicletas

que absorben con sus esponjas de silencio

la tibia pereza de los muros

 

No.

Nada.

Ni el candor de las escuelas que traza palotes de ausencia en los tableros.

Ni los borrachos que miran fijamente a la ventera

y le derraman el corazón entre las trenzas.

Ni las polleras de los siete-cueros.

Ni la barba de cristal de los torrentes.

Ni los panales detrás de las ortigas

Ni los bueyes de artificial melancolía.

No.

Nada pudo detener la muerte.

Llegó a Cali navegando

y los corceles del Océano Pacífico

la saludaron volcando sus belfos espumeantes en la playa.

Llegó por el pito de los buques

por las banderas de los guacamayos

por el ojo de las agujas que remienda el pudor de las modistas

por la voz de los muertos en los árboles

por los billetes rubios

por el alma incolora de los camioneros

por los ojos trasnochadores de los naipes

por la felina displicencia de los grandes

por la rosa ignorante

por el paisaje de zapatos sin huella.

 

Llegó sin pasaporte y cruzó la frontera

caminando sobre el miedo rosado de los niños

por el clavicordio dorado de los campanarios

por el pelo de agua de los cosos

por la sencillez de los pueblos

donde los campesinos y las almojábanas se encaran con el sol

y los mendigos pegan su coto a las ventanillas del tren.

 

Llegó sin autorización de los muertos

que se salieron de sus tumbas

a protestar en un mitin putrefacto y amarillo.

 

Llegó por en medio de las garzas

los taladros

por entre el múltiple corazón de pitahayas

por la flor que se colocan las solteronas tras la oreja

por los solares donde hacen venias al viento los interiores parroquiales

y un tulipán oye misa diariamente.

 

Por cerca de los gallos

que creen en la blancura de los huevos

por los tejados donde los zuros escriben la epopeya de los celos

y los gatos y la luna

forman siete lechos y un violín.

 

Invadió los palacios, las haciendas

los ranchos y las niñas de capul.

Invadió el cielo y sus altos corderos extraviados.

Invadió la secreta desnudez de los cadáveres.

(La ciudad era un racimo de plomo derretido

y la muerte le salía a bocanadas).

 

La historia de Cali dejó de ser un río deliberadamente puro

por cuyas ondas los días eran barcos de vidrio.

 

El rojo fue una lluvia sostenida en el aire

y entre los montes de cristal la sangre

dibujará para siempre vitrales en la sombra!

 

¡Hay que llorar desesperadamente!

 

 

 

 

 

De El universo es la patria (1962)