Miguel Ángel Miguélez

En el mar de los olivos

 

 

 

 

 

 

Cae la noche despacio

en el mar de los olivos,

donde la lluvia es ausencia

y los pájaros tranquilos,

 

como si fueran recuerdos

que brotan sobre el olvido,

como si volara el tiempo

por la niebla como un hilo,

 

el que persigue Teseo

por salir del laberinto.

La luna se desmigaja

entre estrellas y cuchillos

 

y los árboles, cenizas,

polvo al polvo, solo han sido

como Judas de la cuerda,

de la traición testigos

silenciosos de una tierra

que abomina de sus hijos.

 

Cae la noche espectral

en el mar de los olivos.

Silban los vientos, aúllan

como perros, a mordiscos,

 

a dentelladas, zarpazos,

pesadillas y delirios

bajo el fuego de una vela

que amamanta sueños líquidos

 

para poder apagarla

en el sosiego del nicho,

donde las flores reposan

por los siglos de los siglos,

 

donde la carne se pudre

y alimenta seres vivos

para seguir adelante

dando vida a eternos ciclos

 

pues el fin no es el final,

solamente es un principio

diferente, un nuevo día

en el mar de los olivos.