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más allá de los angostos desfiladeros se halla el paraíso

Anticuado,
prehistórico aquel,
que no aporta renovación a su vida.
El que huye con pavor,
sin darse razón
ni responder a su quehacer,
escondiéndose,
fluyendo con antifaz;
como motivo de su perdición
está su conformismo,
éste, es de su alma la miopía.


Encadenado y apresado
aquel parlanchín (mudó, enmudeciendo su voz),
por estar subyugado
y paralizado en los desastres
provocados por sus miedos.
Respira antes de hora
del polvo esquelético,
yace descompuesto
en la encorvada prematura vejez,
dentro de la fosa excavada
en el monte de su cobardía.


Maleado (esté o aquel ser);
y al ser maleado, sometido.
Con si mismo desatento,
deforme en su esencia
al defender tan sólo,
la superficialidad cambiante de su estética.


Este ser: arrastrado a la superficialidad
como ególatra presumido,
vanaliza, pierde el recuerdo de su hogar
del fundamento de sus orígenes.
Retorcido, por una permisividad la cual,
la conducta no cuestiona.
Se enfanga, distorsionando la sincronía
cabida en toda existencia,
como perla, como piedra preciosa,
en el arco de la variedad, igualmente,
tan sublime e infinita,

de la parte regada

por una transformación

de continuidad eterna.


Convertido este ser,
caído en el pozo de una ignorancia,
por falta de atrevimiento y voluntad,
establecido en un ser rígido,
nulo de valores, inmóvil,
tristemente estático.
Alejado, (el supuesto)

parte temporal y circunstancial

posible de todos;
este ente primigenio,
irracional y visceral,
pierde la educación (en esta posición)
su cultura y sus conocimientos.
Sufre de un alzheimer fatal,
equivalente a una descomposición neuronal,
por la cual, agrede a su familia,
destruye su hogar
y estipula sus bases
en la insuficiencia

de la más pura de las egolatrías.


(los errores educacionales,
emocionales,
preprimigenios al hombre,
convencionales,
conceptuales;
y los intereses sistemáticos
de un sistema con sus potenciales,
cruelmente mudaron sus articulaciones,
lo factible y favorable de las filosofías)


Estaño, plomo, pasta y soplete,
convergiendo, como punto de soldadura
sobre el movimiento del ser,
lo posicionan en una permanente edad de los hielos.
Esa aptitud arraigada
en la excesiva protección de este ente mismo,
acompañada de un consentimiento
adolente de justicia,
afianzado en la autocomplacencia;
situan la vida de uno (de mi mismo; en ocasiones)
en una solitaria,
de las ocho porciones
habidas en la vida.
A un estar y ser, (tal cual)
visiblemente parejo;
(pero en la amplitud global y total así no es)
a un iceberg.