Hugo Emilio Ocanto

*** (Entre nosotros) *** - Autor: Miguel Ángel Miguélez - - Interpreta: Hugo Emilio Ocanto -

 \" la triste pregunta que

Vuelve: \"¿Qué hay de bueno en todo esto?\"

Y la respuesta:

\"Que estás aquí, que existen la vida y la identidad,

Que prosigue el poderoso drama y que quizás

Tú contribuyes a él con tu rima\".\"

[Walt Whitman]

 

 

 

 

Ahora, tras treinta y ocho escasos años

 

en esta absurda militancia de vida y poesía,

 

me detengo a descansar en la vaguada de mis versos

 

con los tuyos a mi lado

 

y, echando la voz atrás, no para emularte

 sino por ver de dónde he partido,

 

puedo comprobar que no han servido de mucho,

 

que, piedra sobre piedra, quedaré como todos:

 

Sepultado bajo el túmulo de mis huesos precedentes;

 

que, ladera abajo, los gritos de los hombres ansían todavía

 

alguna migaja de pan de paz,

 

de agua de alma, que decante de su ser

 

en lágrimas, y silencios que se agolpan y caen, gota a gota

 

al yermo, desierto y baldío cuerpo inerte

 

a que el tiempo y las circunstancias nos avocan.

 

Y que, aún teniendo todo esto presente,

 

del tronco firme y glorioso del sauce

 

sin cuya sombra no alcanzo a concebirme

 

suena leve y difusa,

 

y frágil como sueño se desgaja,

 

esa corteza que aún requiere de la luz

 

entre las hojas del bosque

 

y clama reclamando libertad al alba, que flamea peregrina

 

en un cáliz resonante de transparencias y justicia

 

que le devuelvan la esperanza sobre esta especie de ceniza

 

que sobre sus propias cenizas se cierne cada vez más gris y cenicienta.

 

Pues si algo comprendimos de todo lo vivido

 

por mí y por nosotros,

 

y tal vez contigo, y sin dudas de ti,

 

en la sola y austera soledad que nos aguarda

 

a cada esquina del verso sangre, que aquí palpita y arde en llamas

 

(entre nosotros)

 

es que no hay un dios sobre esta tierra, ni en ninguna otra,

 

que pueda salvarnos de nosotros mismos

 

si nosotros mismos no ponemos primero empeño en que así sea.

 

Pues nuestra depredación es constante y sangrienta,

 

en nuestra salvaje naturaleza, que sigue derramándonos

 

a un paroxismo irracional y sin término hacia un abismo insondable

 

que nos convierte, después de todo, en mudas sombras, que ciegas tientan

 

e intentan probar con sus labios, esclavos ya de tanta materia

 

como prueban, sin control alguno,

 

a flor de sangre tremebunda,

 

a hiel de quimera tumefacta

 

en el himen roto de un sueño que a todos nos incumbe y abraza

 

mientras vivimos esta fantasmagoría de carne, 

 

acaso un bocado de estrella fugaz en un cosmos inasible,

 

asaltante del espacio concerniente, pirata de la nada circundante

 

donde la misma guerra en que nos hemos convertido

 

con el solo hecho de nacer y ser hombres

 

nos vuelve feroces bestias en una terrible lucha de iguales

 

que jamás podremos ganar  

 

y debemos detener a cualquier precio.

 

Este es el sacrificio que sostengo, esta mi cruz, y también la tuya.

 

Y debemos encontrar la forma de hacerlo, queramos o no.

 

En nuestra propia conciencia se halla y estalla la batalla

 

la solución definitiva y perfecta que nos lleve adelante,

 

hacia el siguiente paso

 

antes de que sea demasiado tarde.

 

Por eso digo al hombre que soy, y que eres,

 

Somos, estamos y aquí seguimos

 

y aquí tenemos de seguir, y juntos seguiremos

 

siempre de frente, con el sol en el pecho,

 

mirando el camino que se presenta a nuestros ojos

 

y la luna entre las manos 

 

agrietadas y encallecidas de tanto medrar y rebrotar

 

para acariciar el tenue cántico del nácar,

 

para que florezcan de nuevo azules primaveras

 

que arrastren cada nota en el pentagrama de la vida

 

y se escuche alto y claro la música silenciosa del viento en el costado

 

que nos mece y estremece entre las amapolas del estío,

 

en el nicho de esperanzas que dejamos a los que vayan tras de nos.

 

Porque la vida sigue siendo cada día

 

un corazón dormido que despierta en la mañana

 

porque el hombre sigue siendo un animal hambriento de sí mismo

 

y esto tiene que cambiar,

 

y esta poesía, mía y tuya,

 

será entonces rugido de concordia

 

y afecto por su especie;

 

porque ama a todo aquel que no conoce

 

como si lo hubiese parido en un poema silente

 

inédito, jamás imaginado sin ti, hombre, alma,

 

ser humano al fin y al cabo.

 

Porque todo vive bajo el amanecer aunque el sol ya se haya puesto

 

porque todo continúa moviéndose bajo el sino del amor

 

porque todo cuerpo se pudre y descompone lentamente

 

para que pueda tener presente en un futuro a tu lado, tierra mía.

 

Sí, a tu lado, arcilla vasta que te expandes descontroladamente

 

pues que a ti se dirige todo esto

 

en un movimiento sucesivo de palabras y cuerpos

 

porque el tiempo pasa pero el sentimiento

 

que te ha ido moldeando las entrañas

 

es lo único que queda

 

dentro de ti.

 

Porque el viento lo recoge una vez más y las que hiciera falta

 

para hacer que lo respires

 

y puedas sentirlo tuyo

 

como si fuera de nuevo, con tu propio aroma, con tu propio sudor

 

mestizo de colores y de rabia

 

de entre tantas y tantas generaciones,

 

que te han forjado tal y como eres

 

desde que ambos naciéramos en aquel ayer

 

que ya nadie recuerda

 

hasta este hoy en que aprendimos a vivir

 

en un continuarnos mutuamente,

 

escuchando los aires del mito que persiste

 

y el rumor inmenso de las olas que nos llevan

 

al vacío de los nombres

 

donde sea desecha toda idea de significado,

 

salvo la trémula virtud de esa constelación humana

 

y, por tanto, divina

 

que nos aguarda al final de todos los finales

 

mientras caminamos, codo con codo,

 

como puntos suspensivos...

 

Hermanos, hijos,

 

padres, madres,

 

mujeres y hombres todos,

 

unidos, y presentes ahora,

 

en este verso, para siempre...