El trayecto al lugar que sería su nido de amor fue silencioso, era cercano y podían realizarlo perfectamente a pie, no hubo palabras pero sus manos entrelazadas se apretaban como queriendo fundirse en una sola e intercambiaban miradas, sus pupilas brillaban y una sonrisa permanecía en sus labios.
Llegaron al departamento, sencillo pero acogedor y se echaron sobre aquel sillón donde ella tanto había anhelado tenerlo y donde él le había soñado tantas veces. Hablaron de la dicha de encontrarse, se acariciaron sus rostros como queriendo tatuarlos en las palmas de sus manos, al fin estaban juntos, había vencido las distancias y las circunstancias que les tenían separados.
Se colmaron de besos tiernos y caricias que sólo habían soñado; Y entre beso y beso las prendas fueron cayendo, se descubrieron los cuerpos y el alma, y aquella primicia tangible de amor fue como un mar en calma, como el ir y venir acompasado de las olas inundando cada grieta formada entre la arena de la playa que circundaba el Edén de sus anhelos.
Fue una entrega de amor, sutil, como quien no quiere lastimar los pétalos de una flor.
Entre suspiros y murmullos enamorados, se prometieron un amor que jamás moriría, que sería alimentado y fortalecido cada día con detalles y cariño y la pasión de subsecuentes entregas que lo llevaría más allá de la muerte.
(VOZ DE TRUENO)