rodulfogonzalez

ROSAS

 

 

 

 

 

En mi poético jardín,  nutrido con impoluta agua del rocío matinal, sembré con mis manos ya rugosas por tanto uso, plantas de rosas amarillas, que al abrir sus  delicados botones para que los pétalos me ofrendaran su belleza amarilla parecida a la brillantez del oro, al trigo  al vestuario floral del araguaney, al girasol y a mi tristeza.

            Rosas llevaba María a la habitación de Efraín para embellecerla y sublimizarla de ella y rosas amarillas, rojas y blancas poetizan la hacienda El Paraíso, escenario física de la inmortal novela de Jorge Isaacs, que conocí, y donde sentí una sensación única de amor, paz, de poesía.

            Rosa, pero amarilla, era la flor preferida de Juan Ramón Jiménez, el inmortal autor de “Platero y yo”. En Moguer, ¡Oh poesía!,  conocí el pesebre de Platero y también su tumba de Fuentepiña que cada año los poetas españoles visitan montados en borriquillos.

            En otra vida quisiera ser jardinero para sembrar rosas amarillas.