Miguel Ángel Miguélez

Tres Poemas de Tres mujeres del 27

 

 

 

 

 

 

de Casilda de Antón del Olmet, poeta onubense (1871-1954)

 

 

EL PERRO

Si el hambre un día por mi puerta entrara,
de tu cariño no rompiera el lazo,
más te acercas a mí si te rechazo,
dieras el pecho si alguien me atacara.

Odiarías a todo el que me odiara,
tú me cobras la pieza que yo cazo,
sufres paciente el golpe de mi brazo,
mis pasos seguirías si cegara.

Vigilas receloso mientras duermo,
no te apartas de mí si estoy enfermo,
lames con gratitud mi avara mano.

Si Francisco de Asís te conociera,
de hermano el nombre con amor te diera;
yo no soy digno de llamarte hermano.

 
 
 
de Gloria de la Prada, poeta sevillana (1886-1951)
 
 
 
 
 
SEGUIDILLAS Y SOLEARES
 
 
 
 
 
Tienen los gatos fechas
para quererse;
las personas estamos
en fecha siempre,
y aún nos quejamos
si en las noches de Enero
mayan los gatos.
         
 
Es mi alma una guitarra:
toditos saben que existe,
poquitos saben templarla.
           
 
No quiero mirar atrás,
que siento grandes deseos
de no dar ni un paso más.
           
 
Hay que ser como las tejas
reciben los aguaceros...
y no por ello se quejan.
 
 
 
 
de Margarita Ferreras, poeta zamorana (1900-1964)
 
 
 
 
 
POR LA VERDE VERDE OLIVA
 
 
 
 
 
Por la verde, verde oliva
y el verde, verde limón,
llegaron los ojos negros
que te embrujaron de amor.
Por la verde, verde oliva
y  el verde, verde limón.
La sombra color cuchillo
que da el arco de una puerta
cobijaba a una mujer
en largas horas de espera.
El cielo es azul añil
de pinceladas violeta
mientras la cal en el patio
de blancura reverbera.
La calle arriba y abajo
la blanca Muerte pasea
con la guadaña en el hombro
y en la boca una azucena.
Por la verde, verde oliva
y el verde, verde limón,
se acercan los ojos negros
con un hechizo de amor.
Por la verde, verde oliva
y el verde, verde limón.
Llega y abraza con furia
a la mujer deseada
y le da en el corazón
el hielo de las entrañas.
Los martillazos en el pecho
la van poniendo amarilla,
las piernas se le desmayan
y le amarga la saliva.
Enroscándose ella misma
el cuerpo de la culebra,
dice con voz de martirio
y al mismo tiempo de entrega
Yo he visto unos ojos negros
en una cara morena,
si no han de ser para mí
que se los coma la tierra.
Por la verde, verde oliva
y el verde, verde limón,    
ya se van los ojos negros
arrastrando un corazón.
Por la verde, verde oliva
y el verde, verde limón.