Alejandrina

Nostalgia del invierno sureño

Aquí está el otoño…

en su quietud caminan de prisa las cosas.

Hay rastros de mayo colgando en cada espina

pies descalzos lamiendo el fuego del arroyo.

El semblante pálido de los álamos,

como un deshuesadero de almas y de olvidos

pulsa las cuerdas de la nostalgia;

todo es tan mínimo y perfecto en estos días; 

como la agonía de un clavo atravesado

por una mano furtiva y pasajera…

y desde un rincón sombrío,

me miran los ojos de una muchacha.

Una crucificada melodía en cada hoja

canta el disimulo del miedo

como una oración fervorosa y breve,

la luz está tendida a ras de suelo, trémula y cansada,

como las aves migrantes de la memoria

donde un mugido apagado por el fuego frío de la niebla,

invoca el retorno de la manada…           

Se precipita el invierno, se precipita lentamente

trayendo toda la poesía que me vive,

en sus morados tendones.

En los cercos de púas

un ángel errante ha enredado sus últimas alas

donde navega más de alguna herida,

y la soledad al final de los potreros

es tan humana como la mía…

En cada contorno…

hay rastrojos de humaredas al fondo del paisaje;

pájaros sin nombre que huyen

como antorchas de algas y dolor

en la poblada rebelión de mis cabellos.

Siento correr el barro por mis venas en estas horas

en fluviales elongaciones de perfume…

No voy sola pequeña mía

me acompaña el chanel del pan tostándose en el brasero;

y ese temor tan dulce de añorarte

en cada lamento herido de las ramas…

Hay una ventana en cada silencio

abierta a la raíz del viento,

amo lo que me duele de este invierno;

las manos de mi madre buscando faunos entre mis trenzas,

el galope terco de los huesos de mis hermanos muertos.

Los goterones de mis gatas en las penumbras,

me recuerdan los suavísimos brazos de la muerte

enlazando el carraspeo monótono de los caminos.

Hay un pedazo de desnudes en cada vuelo;

y esa vieja manía de llorar

sobre los despoblados nidos

va llenando los vasos de mis viejas lágrimas.

Voy solicita y cansada a mi propio encuentro…

Yo sé que detrás de cada puerta hay un despojo de niñez

en los girones del alma…

como la quietud de un látigo reposando entre las carnes.

El trigo dejó tendida su ropa entre las cañas

las carretas duermen como un reloj sin cuerda

bajo el suave gobelino de las sombras.

Me siento tan mínima sobre la ocre mialgia de las hojas;

mi corazón es una tinaja rebosante de recuerdos

y a cada paso, la muriente alfombra de la vida,

deja caer sus palabras sin nombre, sin palabras

en la desarropada cruz de los senderos.

 

Alejandrina Vargas