Manuel Valles

El rumbo de mis pies

Andan por las calles anchas, como perdidos,

y llegan a las esquinas donde uno se topa

con la gente y su andar ciego.

 

Los callejones yacen dormidos en su pereza

y de los balcones

caen desmayadas las suculentas,

y ellos siguen,

andan con la prisa enroscada en las piernas

y una pesadez sin sonido.

 

Sucede que hoy amanecieron siendo

un poco menos que nada,

por ello buscan el amparo,

el refugio en las hojas primeras de este otoño,

pero el desamparo agita sus crueles párpados,

llega con su airecillo de muerte

a soplarles la piel enjuta y pobre.

 

Y ellos siguen, siguen su rumbo

sin saber lo que pisan,

ya sean hojas difuntas

o lluvia pegada al suelo:

van arrastrándose siempre

con su movimiento ceremonial sobre el lodo,

tal vez extraviados, como hijos nacidos

del vientre pegajoso de la inercia.

 

No hay más qué decir

en este cementerio de palabras muertas,

solo que a veces mis pies tristes llegan,

cansados y sin alma,

a maldecir entre uñas.