Alberto Escobar

Manantial...

 

¿Cuál es la frontera entre la prosa 
y la poesía?

 

 

 


Quién pone la puerta 
entre lo mucho y lo poco,
quién se erige árbitro
entre la verdad y la mentira.
Quién decide el caudal
que nace de lo tuyo y lo mío,
quién si ese amor es amor
o deslumbre, o atracción.
Una cosa es poesía y otra métrica.
La poesía es belleza de palabra,
es elevar la semántica al olimpo,
vibrar mientras se lee, sentir. 
La prosa es albergue válido
para la poesía —que se lo digan
a Bécquer y sus leyendas. 
Una cosa es la aritmética y otra
un sudoku, la métrica es eso;
un ponerse a prueba delante
de una audiencia, un medir
habilidades para sacar pecho.
En el dorado siglo así se vivía
la poesía, se dirimía quién la tenía
más grande, y eso no me interesa. 
Me gusta la poesía cairológica,
Aquella que brota de mi manantial,
sin alardes, de dentro afuera,
siendo tormentosa si soy tormenta,
siendo fluida si fluyo, siendo fresca
si enfría la boca de quien la bebe,
siendo sin forzar su química.
No hay diferencia: poesía y prosa
no son las caras del dios Jano,
ese que se instala al terminar
el año cual policía de carreteras
y decide qué vivencias pasan.
No, poesía y prosa no son España
y Portugal, que siendo hermanas
han crecido dándose la espalda;
una mirando al Atlántico, otra 
al Mediterráneo. No, lo contrario. 
Mi tiempo métrico se fue.
Ese tiempo que dediqué a escandir
versos quedó en el recuerdo, ya no.
Me gusta más que otra cosa soltarme,
que el viento del alma me empuje, 
ser barquillo que un pescador en vano
apenas endereza, que timón y bitácora
no valgan para arribar a puerto. 
Que el ritmo y la rima de mis letras
sean por un casual que me empuje, 
sin meditación previa ni programa. 
Me apasiona rimar sin que lo parezca.
Que la rima interna, esa de la esencia, 
silbe la fonética del escrito, que cante
su propia música, su banda sonora. 
Me gusta aliterar, alargar un sonido
 y que amenice la prosa, la enriquezca. 
Me gusta inventar palabras.
Respeto los juegos malabares, eso hago,
respeto la libertad digital, eso hago,
que el escritor teste las prendas
de que dispone, que pruebe, venga.
Lo respeto —pero ya jugué.
Ahora es tiempo de que el alma hable. 
Nada más...