Miguel Ángel Miguélez

Un corazón herido (soleares)

 

 

 

 

 

Por el suelo, entre cristales,

arrastraba sus despojos

derramando soledades.

 

Tras el camino que deja

cada recuerdo un desgarro

y la cruz cargada a cuestas.

 

De la sangre de sus versos

trazó un corazón herido

tatuado en frío al silencio

 

de esa boca que, callada,

se mantenía distante

como una noche de estatuas.

 

Donde lívido, ya mármol,

cantaba un pájaro negro

con alfileres de llanto

 

y una lágrima cercana

partía de la ribera

de sus ojos, bajo el alma.

 

Pedía solo una cosa:

que le dejase olvidar

el amargor de esa copa.

 

 

 

...Que me den la extremaunción,

que la muerte no es ajena

y enajéname el amor...

 

 

 

Allá fue, besando espinas

en el altar de su pecho

mientras crecía el estigma.

 

Una lluvia de cuchillos,

un espejo que se quiebra

sobre el terreno baldío

 

camino del cementerio,

esperando redención

en la tumba del deseo.

 

 

 

...Nada saciará esta sed,

ni el rubor de otra mañana

podrá despertar mi fe...

 

 

 

Clamaba pronta la muerte,

porque supo que el engaño

es una herida perenne.

 

Como espectro se movía,

masticando la traición

y los cardos de la vida.

 

Despedazados los sueños,

ante el mar de las ausencias

partió y quedó este lamento,

 

hiriente como una llaga,

sobre la sombra vencida

sin cuerdas de su guitarra.

 

 

 

 

...Que me den la extremaunción,

que ya no me queda sangre,

solo queda su dolor...