Manuel Valles

Elegía del árbol derribado

Pasé por aquí ayer, por esta calle,

pasé y todavía me acariciaron tus ramas,

una hoja se enredó en mi cabello,

una lágrima salió de mis ojos

como una advertencia, agolpados

mis interiores fueron derribándose,

sentí de pronto la funeral presencia

de un acha terrible,

mis pies fueron encaminados

por la vereda más larga de la angustia,

pasé bajo el cobijo de tu sombra,

sentí el aroma matinal de tu corteza,

te vi mojado en la lluvia de mis ojos,

y siguiendo su camino

mis rodillas rompieron el silencio

con su tronar de viejos huesos.

Hoy estoy aquí, frente al hueco que dejaste,

bajo este sol que me quema el alma,

sin el saludo amable de tus pájaros,

sin la caricia de tus ramas enredándome

el cabello, con la hondura de tu ausencia

clavada como astilla en mis ojos,

mis pies marchan quedos, pesados y torpes

en su andar triste, y tú ¿a dónde fuiste?,

árbol de mi vida, ¿quién se hará cargo ahora

de la orfandad de tus insectos?

Esta casa que tenías enfrente es hoy

horrenda: una barda seca, muros

que en su desdicha queman, resolana

que se vuelve agresiva bofetada cuando uno 

pasa; pero, ¡qué más da!,

si la vida misma

es también la muerte de las cosas.