Cesar Busso

DON ARRIAGADA

DON ARRIAGADA

 

La historia siguiente refiere a la vida de un hombre honrado, libre y de muy buenas costumbres, sobre todo aquellas que se relacionan con la cocina.

Don Arriagada, un sujeto de montaña, tan simple y complejo a la vez.

 

Cuando hablo de hombre libre, lo hago en todas sus facetas: Libertad física, de expresión y el tercer nivel, el más difícil de obtener: Libertad de pensamiento, la más complicada de alcanzar, ya que hay que trabajar en solitario para conquistarla, y en ciertos casos resulta más simple acoplarse a pensamientos ajenos. Lo que depende del esfuerzo y voluntad del propio hombre, por alguna misteriosa razón siempre cuesta más.

Le oí decir reiteradas veces que ser el jinete de tu propia vida es el mejor proyecto que todo ser vivo puede tener.

 

Don Arriagada vivía a unos dos kilómetros cuesta arriba del último pueblito montañés, había que subir por una especie de cerrillo y transitar una huella que los feroces aludes del lugar se habían encargado de construir. Una vez en la cima del cerro, se lograba vislumbrar un pequeño valle, y ahí, ahí mismo, el acogedor hogar del protagonista: Don Antonio Serafín Arriagada.

 

La montaña te enseña a ser simple y sobre todo eficiente”. “Una equivocación acá arriba puede ser mortal”, proverbio que solía escucharse del mismísimo Don Antonio.

El acopio de leña, la permanente atención para que no te sorprenda un temporal sin cobijo, el recio viento blanco que astilla hasta las más ásperas pieles y los ataques de animales silvestres, son algunas de las preocupaciones con las que hay que convivir en la montaña.

 

La sencillez y la complejidad se van alternando sistemáticamente en las rutinarias labores. Y así como la accesible tarea diaria de alimentar a un animal puede sonar muy simple, conseguir ese alimento muchas veces resulta inaccesible. Y que los bichos mueren de hambre en la montaña, puf! Eso es más común que un temporal de nieve.

 

Todo esfuerzo en el acopio de víveres puede resultar poco si las inclemencias climáticas deciden instalarse en un duradero período de tiempo.

Es por eso que Don Arriagada siempre insistía con ser metódico y realizar siempre de la misma manera las mismas cosas. “Si tenés veinte paquetes de fideos y el clima te permite bajar hasta el almacén, estás obligado a traer 2 o 3 paquetes más” Así de simple, así de rebuscado.

Descuidar la leña y permitir que se moje es la equivalencia a dejar una hornalla abierta en un departamento”

Aprovechar al máximo las horas de luz solar”

Gimnasia diaria para mantener las articulaciones flexibles”

Algunas de las tantas máximas que solía explicar con tal solemnidad que parecían mandamientos.

 

Me tocó estar con él en alguna que otra ocasión compartiendo sus empanadas o milanesas de conejo, o sus guisos en la paila gigante, donde un fogón imponente acobijaba a los presentes.

 

Escucharlo era mi encanto preferido. “Desconfío de los que no se equivocan nunca, bien porque le están echando la culpa a otro, o bien porque se encuentran de brazos cruzados” Frase que me ha quedado grabada y a la que adhiero a pleno.

 

Conocido por muchas hazañas, como la de haber tenido que dar cuenta de un burro cimarrón en legítima defensa, de Don Antonio hablaba todo el pueblo.

Su barba blanca que denotaba una forzosa experiencia, más alguna que otra imponente cicatriz, son rasgos más que considerables para afirmar que el protagonista de la historia es un héroe, pero de los verdaderos, este no vuela ni tiene poderes de súper hombre, aunque estoy seguro que maneja poderes (o virtudes) propia de seres muy especiales.

 

Don Arriagada detectaba el estado de ánimo de alguien a los cinco minutos de estar conversando. “El alma se vislumbra a través de los ojos de una persona, no hay nada de secretos”, era su respuesta ante mis imprudentes preguntas sobre uno de sus poderes mágicos. Con el tiempo entendí que era el desarrollo de la intuición.

 

También era un maestro experto en la resolución de conflictos, sin darse cuenta solucionaba problemas que para otros significaban días y días de angustia. “Cuando a la vida se le pone sencillez, se develan grandes misterios y las cosas se solucionan solitas, no hay más que hacer” Otra de sus contundentes respuestas a mis dudas.

 

Admirador empedernido de las abejas, siempre se refería a ellas como el mayor ejemplo de laboriosidad y cooperativismo. “Son el verdadero ejemplo a seguir” “La colmena no descansa, si nuestra sociedad fuese la mitad de generosa y trabajadora de lo que son estos bichitos, sería tan distinto todo” “El amor por el trabajo que manifiesta la abeja, sólo es comparable con el de los antiguos constructores de catedrales, que muchas veces morían en sus puestos, incluso realizaban un trabajo cuya obra finalizada eran conscientes que jamás iban a poder contemplar”.

 

El héroe de mi historia es de piel y huesos, y no sólo eso, aún vive. Sus consejos y dichos me han valido como estandartes en mi vida.

Cómo no recordarlo en alguna situación difícil?, Cómo no meditar en cómo actuaría él en mi lugar?

 

Don Antonio Serafín que viva! Salú Salú dijo el ñandú!!!