Miguel Ángel Miguélez

NACISTE

 

 

 

 

 

 

Naciste tras un parto de vocales

(crisálidas aparte, mariposa).

Pendiente de pretéritos cristales

 

buscaba que tu luz vertiginosa

hendiese  toda carne como espada

etérea, flamígera o lustrosa,

 

según me pareciera. Delicada

te vi crecer y dar, a cada instante,

la esencia de mi ser multiplicada

 

por ella, la absoluta interrogante.

Y ahora, que ya vamos de la mano,

que somos una voz desconcertante,

 

¿me vienes a decir que todo es vano

si faltan la caricia imperceptible

y el austro de una fusa sobre el piano?

 

¿Y dónde buscaré lo bonancible?

Del hombre nada espero y, por instinto,

mi mente se debate en la intangible

 

escucha del recuerdo, casi extinto;

desecho, me adormece mi natura,

e intento liberar del laberinto

 

los sueños que una vez fueron locura

tras formas de paisajes del pasado

y sendas por andar a la aventura.

 

Como ese amanecer junto a tu prado.

Allí, donde la vida es permeable

solaz que en la memoria he dibujado

 

igual que cuando fuimos: inmutable,

cuajándose de auroras y celajes

en un acariciar de seda amable

 

que Apolo ledo guarda entre ramajes

y bandos de estorninos; cuyo canto

dedícase al placer en mil lenguajes

 

por ti, gacela indómita del llanto

eterno. De tus brazos la mañana

discurre hasta esconderse tras el manto

 

que cubre con ternura esa manzana,

la misma que desnudo fui a probar

cuando éramos dos ángeles sin grana

 

y tú me diste entrada hasta tu hogar.

Mas sé que ya no estás, sino en mi mente,

y escucho tus gemidos como un mar

 

que se alza embravecido al occidente

llevando tu mirada a fuego impresa,

tatuada en mis arterias cual torrente

 

batiendo mi latir que nunca cesa

y  al orbe derramando en el solsticio

de sangre esta mi arcilla que te besa,

 

prendida de tus alas, hasta el juicio

final en que las almas y su cera

habrán de averiguar algún resquicio

 

de amor que las convierta en primavera

bendita para siempre, bien dispuesta

a verse en la ascensión hasta la esfera

 

celeste e inmarcesible, como fiesta

floral de melodías estelares.

Brillante, cada pétalo se apresta

 

refulgiendo por todos los lugares

como agua luminosa que se expande

sin término ni fin y sus cantares

 

son fuente de una vida aún más grande;

allá donde la luna se sonroja

al ver el corazón del sol, el glande

 

del cielo atravesando el himen puro

del aire, renovando la utopía

en cálamos que beben de lo oscuro

y vuelan para hacerse poesía.