Vito_Angeli

Sir Lancelot, un caballero muy hombre. (1era parte)

  (lean el poema escuchando la musica agregada de fondo en el reproductor musical que esta ubicado encima de esta aclaración)


 CAPITULO  I 


  Evidentemente Arturo de Camelot es y ha sido uno de los más grandes soberanos que el suelo de Inglaterra pudo haber conocido. Sus proezas han recorrido cada lugar habitado por algún alma viviente, la cual se ha encargado de difundir sus sueños, muchos de los cuales afortunadamente pudieron convertirse en realidad. Excalibur fue su hijo prodigio y con el levantaron de la nada lo que hoy es una leyenda perdurable. Todo rey, siendo magnánimo o déspota, siempre se ha caracterizado por tener mantener protegido o sometido a su pueblo. Y en esa tarea, tuvieron gran importancia los ejércitos reales. Camelot tenía a los Caballeros de la Mesa Redonda pero de todos ellos, había uno que era el más importante: Lancelot.


  Es raro que un caballero haga publicidad de sus peripecias pero, en esta ocasión, la aventura fue diferente a las demás. Un día me dirigí por la noche, hacia la habitación principal del castillo donde gobierna con sabiduría pero no menos fortaleza mi rey: Arturo de Camelot. No era habitual que me le acercara pues por lo general era él quien solicitaba mi presencia para poder servirlo en su auxilio. Fue entonces cuando, una vez adentrado a la habitación principal, me arrodille ante su majestad haciendo una fiel reverencia.

-¿Cuál es la razón de vuestra presencia, Lancelot?- me preguntó con un tono de incertidumbre.

-Majestad, siento el peso de las batallas vividas por Camelot sobre todo mi cuerpo– le repliqué agotado.

-Sé que estas no son épocas en las que ningún reino puede darse el lujo de desarmar sus ejércitos pero todo soldado, como este servidor, tiene sangre que corren por venas desahuciadas de tanto dolor y esfuerzo– le expresé.

-Entiendo cual es tu preocupación Lancelot y demás esta decir que el reino ha estado en muy buenas manos bajo tu protección. No creo que un receso en tus servicios afecten la paz que domina Camelot desde hace meses. Vé y regocíjate en tu descanso, que bien merecido os lo tienes. – me contestó.

-Vuestra majestad me ha reconfortado, como siempre, con su sabiduría para pensar, su voluntad para decidir y su fuerza para cumplir. Agradecido me retiraré en búsqueda del momento de calma. – le respondí.

  Entonces, esa misma noche fui hacia la alcoba que tenía en el castillo y me recosté pensando que sería de mí al día siguiente. Apenas moje mi cabeza en la almohada, un silencio se adueñó de toda la habitación, haciendo que mi cuerpo paralizado por el mismo no obedeciera cuando quería salir corriendo. Pero lo más extraño todavía estaba por pasar.

  La habitación desapareció y en ves de ver el techo de madera rústico con sus pedazos agrietados, una constelación de estrellas me vino a visitar desde la cima de la noche. Cuando miro hacia abajo, descubro que una alfombra mágica me llevaba sobre ella. ¿Qué les podría decir de una alfombre mágica que no hayan visto? Tenía todos los colores del arco iris, una belleza cautivante y su volar, muy peculiar. Pero la alfombra era tan solo la frutilla de un postre que todavía no había alcanzado a degustar. Las estrellas formaban un sin fin de puntos que parecían un delgada línea separando la tierra del cielo. En ese momento la galaxia toda había conspirado para que sea testigo único de un espectáculo majestuoso: un grupo de ángeles se hicieron presentes de la nada y me rindieron homenaje con un danza exótica: ángeles por arriba, por abajo, a la derecha, a la izquierda, altos, bajos, flacos, gordos.

Después de la aparición de los ángeles, el viaje sobre la alfombra terminó pero la aventura recién comenzaba. Fui a parar a Nunca jamás. Y bueno, en una historia pasa de todo y me tuve que encontrar con Peter Pan. Me invitó a un festín pero le dije que estaba en un viaje mágico. Él se río y alejose lentamente. Nunca Jamás era un lugar de ensueño pero terminé en un bosque secreto que estaba detrás del mismo. Allí, el día era noche y la noche era el día. Es que el sol y la luna se la pasaban todo el tiempo jugando a las escondidas y cuando el sol se escondía, era de noche, y cuando la luna se escondía, era de día. Lo peor era cuando se peleaban entre ellos, lléndose de manos y formaban un eclipse solar o lunar que podía durar horas y horas.

El paisaje del bosque era como sacado de una pintura. Cuando caminaba a través de la flora (árboles inmensos, arbustos rechonchos, flores al por mayor) los colores se confundían conmigo, éramos un todo: sentía lo que el viento le susurraba a los árboles, cuando una flor era arrancada de su lecho. Una verdadera pintura en movimiento. La fauna no era fauna: los gatos perseguían a los perros, la tortuga le ganaba siempre la carrera al conejo, en fin. Una cascada brotaba desde lo alto de una nube solitaria que vagaba en el medio del espacio.

Por un momento, sentí que no era quien era. Mi espíritu guerrero, que siempre había llevado como estandarte en todami vida, me había abandonado para que habitara en cambio un sentimiento de plenitud absoluta, de un vacío reconfortante que me llenaba con dulzura. Me sentía como un chico con una bolsa de caramelos. Pero ahí, justo cuando empezaba recorrer otros lugares del bosque, se apareció mi rey Arturo y automáticamente me incline haciendo la reverencia que caracterizaba ante su majestad. Inmediatamente sonrió y me guiña un ojo. Lo tomé como un signo de amistad y sin perder un instante me dirigí a la alfombra, a la cual pedí prestada un pedazo de su más fina seda para poder hacer un dibujo del lugar que mis ojos admiraban. Mis dedos se transformaron en pinceles y empecé a delinear aquel paisaje que deleitaba. Mi alma era una pluma, mi corazón un tintero y con mis pensamientos represente eso indescriptible que sometía afablemente a este mágico viajero.

La alfombre me tomó de las piernas y súbitamente emprendimos el viaje de retorno hacia donde habíamos comenzado inicialmente. Esta vez, el sueño fue derritiendo mi cuerpo en una paz infinita. Solo fue un momento que pasó desde mi retorno cuando me despertaron los rayos del sol que se vislumbraban por la ventana de la habitación. Despavorido, me dirigí hacia el cuarto de su majestad para contarle que no era necesario un período de descanso. En realidad, el descanso siempre lo tuve en mi interior, lo que necesitaba era que alguien me lo recordara. Antes de que pudiera manifestar una palabra más mi rey me dice:

-Si bien no deseas el descanso que merecidamente me has solicitado, me siento obligado como muestra de mi gratitud agasajarte con un banquete que personalmente organizaré y al cual estaré esperándote con los brazos abiertos.-

-Pero su majestad, no es ....

-No se hable más, he dicho – y lentamente me fui retirando del recinto con la frente en alto.

El banquete se desarrollaría a la noche de ese mismo día. Cuando me amoldaba a mi armadura, con el yelmo, escudo y espada, un sentimiento de pesadez volvió a inundar todo mi cuerpo, muy similar a aquel que había comentado a su majestad el día anterior. Igualmente, me digne en asistir al banquete que había organizado en mi honor y cuando estaba cruzando la puerta del salón principal, allí en el fondo, se encontraba mi rey Arturo lo cual me parecía una escena familiar, como si antes la hubiera vivido. Fue entonces cuando mi rey fijamente me mira y guiña su ojo derecho. Entonces me pregunté ¿habrá viajado él también conmigo?


continuará...