Alfonso J Paredes

Cinco historias de un psicópata

 
 

Primera

«Yo soy la proyección
de la mentira en
que vives. Júzgame y
senténciame, pero siempre
estaré viviendo en ti.»
(Charles Manson)

No siento el yugo de la culpa,
solo te veo como un cuadro
en el que pinto con ternura,
escuadrones alados que, en mi cabeza,
como una emisora de radio usurpas.

Veo a los zagales usar la guadaña
al ritmo del jadeo trepidante,
una inspiración es el corte tajante
y la expiración el retroceso de la hazaña.

Una carretera a ningún lado,
¡qué placer!
que nadie vea mi gozo alado.

Eso no es sangre, sino vino espumoso,
que emana de ese tonel de carne,
como un manantial de cuervos
que picotean la podredumbre.

¡Es asqueroso!

Segunda

«¿Por qué no lo puedo matar?
Si, de todas maneras,
vamos a morir.»
(Mary Bell)

¿Quién me lo impide, si es un mandato?
Tercio mis armas: un cuchillo
y un zapato.

A las viejas cotillas de esa acera
con mi escopeta no las mato,
porque con el cuchillo
y mi zapato,
con uno las rajo,
a otras, les quito el cordón al calzado
y estrangulo como un cochinillo.

Luego me como sus tripas,
manjar de los dioses del olimpo,
juego a ser Hades
y, por divertimento,
penetro en las profundidades.

Y me río sin miramientos.

Tercera

«Yo no quería hacerlas
daño. Sólo quería matarlas.»
(David Berkowit: «El asesino del calibre 44»)

En verdad no lloro por pasión
ni lloro por amor,
tampoco lo hago por dolor.

En realidad, no estaba dispuesto,
pero el otro que me habita,
es Dios que me lo ha ordenado;
aunque yo no quería
solo lo hice porque tenía que morir.

Era su obligación,
como el destino inexorable de las ranas,
que entonando una canción
se les va el alma en calma,
se les caen los pies desde una ventana.

Yacen, sin pedir permiso y son felices.

Cuarta

«Cuando veo a una mujer bonita
por la calle, un lado de mí dice:
“qué chica tan atractiva,
me gustaría hablar con ella
y salir con ella” pero otra parte
de mí se pregunta cómo se
vería su cabeza pinchada en
un palo.»
(Edmund Kemper «El asesino de las colegialas»)

Una mirada profunda
se me clava en el fondo de mi alma,
unos labios lascivos,
me alteran la calma.

Una rosa es una rosa
aunque la flor sea amarilla,
el capullo de ese tronco
colgando de una astilla.

Es una muñeca de arcilla.

A veces creo ser Vlad el empalador,
Tepes, Príncipe de Valaquia
y con un arrebato atronador
empalarte desde el recto
hasta la fragancia.

Duermo tranquilo porque era mi deber,
ayudar a esa pobre anciana a morir .

Última

«Estaba tan lleno de odio
que no había lugar dentro de mí
para sentimientos como el amor,
la pena, la ternura, el honor o la decencia.
De lo único de lo que me lamento
es de no haber nacido muerto
o simplemente no nacer».
(Carl Panzram)

Pensándolo bien, he de convenir
que solo vengo por estos lares,
invitado para sobrevivir
en la profundidad de los mares.

Soy la Santa Teresa de Jesús,
«que vivo sin vivir en mí…»

Si por alguna razón he nacido,
ha sido para darme el placer
de vivir para verme morir.

No temo a la muerte,
porque la deseo,
la vida es un mero paseo,
que nos lleva a esa dichosa suerte.

¡Qué placer verme morir!
con tantas ganas lo espero,
«que muero, porque no muero».

Y se murieron los dos,
el psicópata
y el que llevaba dentro.

El anverso del verso ©2023
Alfonso J. paredes