Su figura tan frágil se tendía
sobre el lecho forrado en fina seda;
y en su rostro sereno aparecía
la sonrisa magnífica de Leda.
De su boca sensual y apasionada,
se bebía la miel que siempre queda
en el fondo del alma enamorada,
como un vino que embriaga de ilusiones
despertando lujuria desbocada.
Fue su cuerpo mi cáliz de pasiones
que vertían de amor el dulce aroma,
exaltando divinas tentaciones
en las cuales deseo siempre asoma;
abrigado por besos excitantes
que parecen arrullos de paloma,
que suspira con ansias palpitantes
con las gracias de Helena y Galatea,
que tenían los fuegos delirantes
que convierten pasión en una tea,
ofreciendo la esencia sibarita
que sería de amor febril presea,
al gozar su lujuria sodomita
que posee de Saba su ternura,
con la llama candente de Afrodita
que llenaba mi vida de locura.
Autor: Aníbal Rodríguez.