Alberto Escobar

Mi eco

 

El espiritual es un trabajo de vaciamiento. Solo cuando descubres que eres una caña vacía, alguien frágil que se puede romper, puede entrar el viento y puede sonar una melodía. Solo entonces somos poderosos, conocemos el amor. Es un trabajo de descubrimiento de la fragilidad. 

—Pablo D\'ors pone como ejemplo a Teresa de Calcuta. 

 

 

Él es mi eco.
Mi voz se me multiplica 
cuando él me escucha.
Mi voz es su voz, mi eco su eco,
la lágrima sobre sus ondas 
mi lágrima, mi llanto se hace radio
cuando llega a sus oídos y me escucha.
Él es flauta cuando el aire
entra por entre los orificios.
Él es temblor cuando el sentimiento
imprime su huella sobre la piel, él es...
Escucharte, oírte no es suficiente,
sentir tu latido constante y monótono,
tu arrítmico intento de hacerme sentir
lo que no siento, todavía. 
Él responde, está respondiendo ahora,
en este preciso instante que cuento.
Él responde a un sentimiento que viene,
que me va viniendo de alguien por quien
Cupido lanzó flechas de muerte, hiriendo. 
Él es quien me da la vida, motor incansable,
aurículas y ventrículos al servicio del amor,
de un amor al que solo le falta correspondencia. 
Me acuerdo —cómo recuerdo aquel momento—
cuando tus ojos y los míos se ligaron por primera
vez, cuando por arte de magia la magia vino
y no se fue —aún no se ha ido. 
Cupido, maldito, ¿Por qué me haces esto?
La vida me trae a ella hasta mis inmediaciones,
disparas —por ser tu misión— tus venablos 
de veneno y me dejas, ahí, muerto, desvenado.
Cupido, eres un ángel maldito, malvado,
despiadado contra quienes vibramos de amor,
cobarde contra la débil existencia del enamorado,
terrible huracán contra quien solo busca calidez
y algo de abrigo frente a la lumbre de un abrazo. 
Él sigue ahí, solo, sufriendo acribillado
por tu afición al dardo y a sacar de la serenidad
al que está a salvo de eso que llaman amar, 
y que duele igual que endulza cuando es dulce. 
Voy a curarlo, que desangra, y ahora vuelvo
en un instante, y sigo contando.