Alberto Escobar

Imagino que...

 

La imaginación 
es la loca 
de la casa. 

—Santa Teresa de Jesús. 

 

 

 

Tengo toma de tierra, sí.
Los pies me atan al camino
y ando sobre él queriendo volar.
Desde los pies se me sube hacia arriba
un mar de vasos conduciendo sustancia
pensante, materia prima de mis escritos.
Al llegar arriba —a un cráneo que no da abasto—
la sangre se estanca, se hace remanso
hasta que las heces de un misterio
se posan en el lecho que queda debajo.
Más allá no hay nada, solo queda la distancia
que me separa del cielo, de lo más alto,
allí donde quiero que muera mi pensar,
aquello que de un repente me visita.
En ese reino, cuyo territorio se debate
entre paredes de caliza y hueso,
es donde reside mi magia, toda la posibilidad
que en mí puede darse, todo lo que estoy dado a dar.
Ese soltarse... es la chispa, lo que brota químico
y genera una ontología nueva, inexistente antes, 
una combinatoria única entre un millón, un eureca. 
A esto debo mis quimeras, mis fantasías, 
a tocar una nube cada vez que plasmo eso
que abarrotan mis neuronas y pide aliviadero. 
A ese ponerme en sintonía con mi dios interior,
pedirle árnica para que me dé pábulo suficiente, 
y rogarle que la musa venga a verme con urgencia;
a ese instante —decía— debo el discurrir todavía 
de mis dedos sobre un panel negro con letras blancas,
un espectro ortográfico que se presta con solicitud
a imprimir toda una gama de locas observaciones,
ocurrencias y demás menudencias del pensamiento. 
Dejo a vuestra imaginación el resto...