Manuel Valles

Para ellos, mi canto

¡Ay alma mía que habitas este cuerpo!

¡Alma sorda y ciega!

¡Alma impotente ante la infamia!

Hoy es un día negro,

un día en que el luto se ha puesto

como bandera en el mástil perverso

del poder más oscuro.

 

Alma mía: no te ciegues,

mira aquellas otras almas sufrir,

mira aquel país que llora y grita,

que a esta hora se desangra solo,

sin nadie a su lado,

con el peso terrible 

de la indiferencia humana.

 

¿Dónde están las demás almas?

-pregunto-,

¡esas que se nombran a sí mismas

solidarias!...

Perú llora a sus muertos

y el mundo calla, voltea hacia otro lado

y se torna cómplice de los canallas.

Muertos aquí, heridos más allá;

solo un pensamiento unifica

las almas de los más altos seres: 

¡justicia!.

 

Alma mía, no llores, ¡grita

como nunca has gritado jamás!

Y que tu grito halle eco

y rompa el vacío de las almas sordas

y abra las entrañas podridas

de los que asesinan al pueblo.

 

Aquellas almas tan solo 

pedían una renuncia, ése fue su delito,

y la respuesta fueron balas,

sangre cuajada en las calles,

sangre que ha quedado

como un señalamiento puntual

e imborrable, del crímen cometido

por una sola persona.

 

Alma mía, no duermas nunca,

no en este momento,

ten presente una cosa:

mis hermanos sufren, 

mas debes saber esto:

su digna valentía 

no los detiene,

seguirán los que quedan,

los que se salven de estas masacres,

los que una y otra vez

antepondrán a las balas su pecho,

altivo y digno, 

como sólo los hombres libres

pueden tenerlo.

Y para ellos, mi canto.