Raúl Carreras

¿A quién le escribe mi pluma?

Una sublime visión
aparece y me perturba
en la génesis del alba,
presagiando que es la musa
que, en la cripta de los sueños,
en mi mente se dibuja.

Ornamenta mis mañanas
si se esboza su figura
en el quicio de mis ojos;
un ensueño que desnuda
los contornos de su cuerpo,
mis miserias más profundas.

Mi mirada la persigue
tras la ingente marabunta
que transita los andenes
y pasillos de esa jungla
que es el Metro tempranero,
temiendo se de a la fuga.
Es la espía que descifra
lo sutil de su cintura,
sobre el rumboso rabel
que acrecienta mi lujuria
si, al moverse sus caderas
al compás de su escultura,
hipnotiza mis sentidos
como no lo hace ninguna.

Sus iris son de obsidiana
y es su pelo la negrura,
que ocultan más de un enigma
y tiñen esta aventura.

 

Es la boca una granada
jugosa en la comisura
de unos labios suculentos
donatarios de mis súplicas.

De la esbeltez de su vientre
emergen como las dunas
imponentes del desierto
dos senos que son locura.

En la linde de sus formas
su apariencia es más menuda,
como esencia de un perfume
en frasquito de cicuta
que envenena mis deseos
por ansiar que me seduzca.

Entelequia caprichosa
que al mirarla ni se inmuta
ni percibe mi presencia
ni responde a mis preguntas.
-Si no me dices tu nombre:
¿A quién le escribe mi pluma?-