Sentado en la arena estoy,
contemplo el cielo raso
sobre la azul laguna
mientras recuerdo los días en que, triste
y cansado, aguardaba
sin saber qué esperaba.
Sigo enfadado porque hoy
aquí atiendo el ocaso,
contraído, sobre la duna
bajo la amargura de aquel despiste
que me paralizaba
y la apatía afianzaba.
Regresa el entusiasmo, que agradezco.
Aun sintiéndome atado,
por este mundo cruel devaluado
y sin poder obrar,
aún guardo la esperanza
de, un día, hacer mi papel.
Todos mis músculos desentumezco,
mi plegaria he elevado,
meditando, mi acción he iniciado
con interno danzar
que en gestos de alabanza
de mis manos van a Él.
A Él, mi Dios.
A Él, mi Señor.
A Él, el de Nazaret.