Darío Melgar

Soluna

Y vi en sus ojos llenos de amor
un fuego interno, efímero,
fogoso y con mucho furor.

Yo vi la sonrisa saliente del sol
brillaba en su rostro,
bella, dulce, rosada en rubor.

Cruzó así a la siguiente acera
presurosa, paso a paso,
con sutiles giros de cadera.

No giró para atrás arrepentida,
a ella mi vida,
la vi marcharse por vez primera.

Pasaron los días y semanas,
yo solo escribiendo,
a mi lado mi alma enamorada
que aún no se repone,
de aquella tarde en la cual te marcharas.

Y otra vez solos,
Yo, el poema, y mi alma enamorada.




II


El sol otra vez se ocultó,
y tu imagen junto a él,
entre sombras fúnebres,
en un momento desapareció.

Iluminando el cielo,
la esfera blanca de nuevo apareció,
y en la esfera vi tu rostro,
en tu rostro la tristeza,
que tétrico y frío,
a tu brío aniquiló.

El sol por la mañana 
esta vez ya no salió,
la chica que es su amada
a las fronteras se escapó.

¡Pobre hombre aquel
que de la muchacha se enamoró,
pobre hombre ruin!
irónica suerte tuvo,
que por poco lo lleva a su fin.

Esta noche la luna 
se ocultó bajo el manto estelar,
en esta noche tu rostro
sobre aquella no lo he vuelto a encontrar.