Alberto Escobar

Esa luna...

 

Endimión, joven y hermoso cazador de quien se había enamorado la Luna. Ésta lo visitaba de noche y lo besaba mientras él dormía. 

 

 

 

Pedí el sueño eterno,
el padre me lo concedió,
pedí que entrara por mi ventana,
el padre me hizo caso,
pedí que me contara cuentos
todas las noches, solo uno
me permite. 
Llevo durmiendo tres años
y Selene cada día viene. 
Entra, abierta la ventana
y se me mete en la cama. 
Me cuenta un cuento al oído,
me pone la cara contra su pecho
y la música de su corazón
sirve de banda sonora. 
Me habla de la soledad de la luna,
de los cráteres huecos, profundos,
sin vegetación ni esperanza. 
Me cuenta —entre pausa y pausa—
que está harta y quiere venirse aquí,
conmigo, al calor de esta sábana,
a contarme un cuento al día 
hasta que se cierre la persiana de mis ojos.
Se ha acostumbrado de muerte
a visitarme cada día —entrar por la ventana
se está tornando una Odisea, dice—,
y de tanto ir y venir está dejándose la vida
por el camino —este ajetreo le cansa. 
Necesita sentar la cabeza, vivir dentro
de la mía y poblarme mientras duermo.
Necesita el calor de mi pelo contra su pecho,
que su corazón eleve las pulsaciones
por el frenesí que le supone contar un cuento. 
Necesita acariciarme mientras las palabras
van brotando a borbotones de su boca
y verme, cada día, como las persianas....
Se tiene por afortunada pero el viaje la mata.
Da gracias a Dios por esta gracia pero...
Mañana va a poner en venta su casa, dice,
y el precio del cambalache será una ganga. 
Aquí, me dice susurrando, las hojas son verdes,
las montañas de chocolate y la ceniza es escasa. 
Allí todo es polvo, es gris mugriento y tortura. 
Ella me habla como si estuviera escuchando
pero no escucho —hace tiempo que duermo—, 
y pone el alma en cada ilusión que hace verbo,
todo el poder de su sonrisa y toda la magia...
Ella se extraña de que no asienta, corrobore,
o le demuestre con algún gesto que escucho,
me mira y ve que duermo, y sonríe satisfecha. 
Retira lenta la cabeza de su pecho 
y la deposita sobre la almohada cual de niño,
se pone su traje espacial y sale pitando,
en silencio, con la pena en los labios cayendo.
Yo, ausente, durmiendo, todavía...