Sierdi

EN EL MONTE DE LOS OLIVOS

 

Siendo fielmente el más superior de los Reyes. El más grande señor.

Sin penuria de arrodillarse se arrodilló. Estaba tan desolado en su carne.

Sus venas saturaban pavor, impregnado de la más aterradora tristeza.

 

En su aflicción sintió la necesidad de orar…

Tal vez su padre le ofrezca, una solución menos drástica y dolorosa,

Que ser burlado, castigado con azotes. Y ser después, clavado en una cruz.

El cáliz, era demasiado amargo, para probar y agrio, para deleitar.

 

Pero como lo esencial del beber de las aves, de su agua, para no morir.

El hijo sabía, que era necesario Morir, para dar vida, a toda la humanidad.

 

Cayó del cielo, un albo pañuelo de consuelo. Era el más alentador de los ángeles.

Pero, ni todos los indivisibles ángeles del cielo, eran suficientes, para que Él, aceptara su muerte.

Tal vez la primera oración no fue tan convincente. El pánico, muchas, muchísimas lágrimas.

Acompañaron una segunda oración. Su cuerpo temblaba…

Él no quería morir.

 

El bosque, fue el único, que lo abrigó, con verdadera sinceridad.

Una a una, caían diversas suaves hojas de olivo, besándole los pies.

En una alígera Felonía, confundió el hombre, el amor, por la traición.

Olvidando, la propiciación tan elemental, de la dadivosa piedad.

 

Si la fructuosa vid, entrega tan abundante y delicioso fruto, ¿por qué cortarla?

Si en algo falló, no fue en su franqueza, nunca entendió, porqué, tanta vileza.

 

Ya todo estaba escrito. Sin embargo, después de sugerir otra solución,

Aceptó, dolorosamente, ante el Padre Celestial, su dolorosa muerte.

Después de su punzante sacrificio, en la cruz del calvario,

Muchos hombres, cambiaron su pecaminosa vida.

Abandonando el pecado.

Siendo nuevos hombres.