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NOCTURNO XXIII

   Es de noche:

¡Oh paraíso nocturno; jardín fosforescente que elevas los espíritus!

La Luna nueva dibuja un círculo de oro, bajo un manto de estrellas.

   ¡Oh luciérnagas celestes, miríficos faroles de una infinita ciudad galáctica;

Inconmensurable hogar de mi alma cantarina!

   Una embrujadora  canción me eleva a las estrellas,

con agudos y dulcísimos tonos de plata

y graves tañidos de bronces bemolados.

   Las agudísimas tesituras inspiran

alegrías y soñados bienestares;

en cambio los bronces bemolados,

de registros graves, engendran

un canto gutural desgarrador, de dolor y pesantez.

   ¿Quieres cantar otra vez, oh alma mía?

Tu canto puede conjugarse

con las tiernas primaveras, pero a la vez

con los funestos temporales de invierno.

   ¡Oh tiernas veladas de mi alma, 

como efímeros momentos de lucidez intermitente, 

en medio de continuos  estados febriles!

   Has estado ebria de Luna y danza de estrellas, y ahora: añoras la perplejidad nocturna, con sus millares de diamantes siderales y sus hechizos de amor,

en los grandiosos plenilunios; 

Añoras, también, los viajes galácticos

en carrozas de fuego más allá del infinito;

Añoras ser Dios y dueña del tiempo y la eternidad...

   Nada es igual a esta singular contemplación.

Todo es indescriptiblemente bello y elevado, más allá de lo que la mente pueda imaginar...

   Todo pasará a través del inextricable devenir del tiempo y el espacio, pero esta extraña y dulce Lírica de ensueño NO pasará; porque está en ti, entre amaneceres y ocasos,

en movimiento perpetuo,

en la añorada y dulce eternidad.