Alberto Escobar

Nada.

 

¡Dios ha muerto! Lo hemos matado nosotros. Cómo hemos podido vaciar el mar. Quién nos ha dado una esponja capaz de borrar el horizonte. Qué hemos hecho para desprender esta tierra del Sol. Hacia dónde se mueve ahora. Hacia dónde nos movemos nosotros apartándonos de todos los soles. Nos precipitamos continuamente hacia atrás, hacia delante, a un lado y a todas partes. ¿Existe todavía para nosotros un arriba y un abajo? ¿No vamos errantes como a través de una nada infinita?¿No nos absorbe el espacio vacío?¿No hace más frío?¿No viene la noche para siempre, más y más noche?¿No se han de encender linternas a mediodía?¿No oímos todavía nada del rumor de los enterradores que han enterrado a Dios?¿No olemos todavía nada de la corrupción divina?¿Qué son pues estas iglesias sino las sepulturas y los monumentos funerarios de Dios? También los dioses se corrompen.   

—La Gaya Ciencia. Nietzsche. 

 

 

 

 

Nada. 
Todo lo que ves
es nada. 
Ese pez que yerra
de un extremo al otro
de la pecera qué es.
Nada.
Ese rayo de luz,
esa fotónica impresión
que rompe el cristal
qué es.
Esos ojos tuyos 
que me miran atónitos,
esa sonrisa incrédula
como diciendo de mi locura.
¿Qué es?
Nada, un flash en el éter.
Esa tostada que huele 
en la cocina qué es.
Ese café que grita porque el calor
lo abarrota en exceso ¿Qué es?
Pellízcame el pómulo derecho
y si siento escozor o miedo 
es que algo pasa —nada. 
Debo salir, coger las escaleras
y subir —voy a tender la ropa
que mojada sale del mareo
centrifugante de un aparato blanco.
Tengo poco tiempo, el trabajo
me espera con los brazos abiertos.
Me visto frente al espejo, para qué.
Nada. 
Mi vida es una sucesión de nadas
guardando rigurosa fila. 
Un siempre lo mismo.
Una rutina necesaria
pero a veces digna de sonrisa
y otras de tedio. 
Nada —eso es lo que soy. 
Vente conmigo a esta nada.
Vivámosla profundo,
hasta la última gota 
de su inexistencia, 
de su insignificancia. 
Somos —tú y yo— una inanidad
que vive y anda. 
Nada...