Tu desnudez musita anatemas contra los ángeles caídos, los muros fuliginosos pretenden despeinarte y en el guardarropa tu esperanza está enclaustrada. El silencio afable ha regurgitado cocuyos que vuelan en torno a ti, estoy a punto de enloquecer y le cuento mis secretos a tu ombligo. La trepidación de tus senos agita la atmosfera de mis sueños. ¿Cuántas noches deberán olfatear nuestras almas hasta que las sombras cesen de emitir sus cánticos que laceran? Deja, mujer, que mis manos se revivifiquen en el calor de tu entrepierna, besa pronto mis miedos en este lapso de lobreguez y extasía mi pujanza con tu secreción embriagadora; que tus uñas afiladas entren en combate con mi espalda. Concédeme la certeza del dolor, disgrega mis entrañas hasta que el acre sabor de la muerte me corrobore que estoy vivo.