Alberto Escobar

Tú llevas la Razón...

 

Una razón que no pise la tierra
es baldía, es humo cegador. 

 

 


Tienes razón.
Tienes tanta razón
que prefiero callarme.
El gato que sube al sofá
amarillo no es un gato.
La taza de café humeante
que hierve sobre la madera
próxima a la ventana no es café.
El reloj que tiembla apremiándonos
por la hora y el llegar tarde
no es un reloj, no es un gato,
no es una taza, ni es porcelana china. 
Si me tocas el brazo y pasas el dedo
por encima de mi piel notarás el vello
erizarse de cariño —no soy yo—.
Ese erizo, esas púas apuntando
a la retina izquierda de tu ojo derecho
son dardos, es conciencia, y por sí
misma contornea a su gusto 
todo aquello que ve, percibe,
procesa en el horno más profundo
de todos los hornos que nos calientan. 
Si miras con más atención,
lo que vieras gato verás gata —¿no ves
difuminado el carmín de sus labios,
el pendiente perlado tras ese caracol 
negro que negrea sobre su oreja?
La Razón es una entelequia.
Si quieres te la doy, no la quiero,
no me hace falta, solo pido pan
para poder mover los dedos
y seguir escribiendo, solo árnica
para que la calma me guíe
el cálamo hacia buen puerto. 
La Razón —musa de los ilusos—,
el Logos griego —construyendo un mundo
que es el nuestro—, el idealismo
—que eleva la Tierra al Cielo
y la deja caer en hecatombe—, los tres
juntos hacen una jaula de grillos, vociferan
sin entenderse porque saben 
de sus interdistancias, de sus abismos.
La taza del café anterior no existe,
es solo un continente necesario,
es solo un notario que testimonia
el calor que conlleva y quema los dedos.
Qué importa los dibujos superficiales 
de la taza si pronto quedará vacía
de contenido y será restregada en la pila. 
La Razón de la taza es por tanto el café
¿Y si el café es malo, cuál es su razón?
Ninguna. Tirar los posos al fregadero
es la única actuación plausible.