Alberto Escobar

Hay que reírse.

 

Nadie se ríe en la biblia excepto Sara cuando Javé le propone ser madre. Ella contestó que cómo iba a ser si tiene más de cien años, y Javé le contesta contrariado si se está riendo de él. Jesucristo tampoco se río nunca. La religión denuesta la risa y la literatura se ríe de todos sus dogmas. El matrimonio de la literatura con la religión hizo aguas en cuanto conoció  la razón. Convierte la metafísica en una ficción. El cristianismo es la primera religión vip, que sale de lo tribal para convertirse en imperial. La religión pactó con la razón creando la teología, Santo Tomás como el gran racionalista. 

—Según le copié a mi amigo Jesús en uno de sus vídeos. Él es profesor universitario en Vigo y es el autor de una crítica literaria que por primera vez es científica, antiposmodernista, y en esta ocasión hace estas aseveraciones a propósito del Quijote y de la Risa en él. 

 

 

 


Reírse
Reírse de sí mismo, primero
y solo. Nunca del prójimo.
Critica tu mundo de frente,
sin ambages ni vericuetos.
Critica el porqué de las cosas,
critica a la flor cuando se marchita
a destiempo y te deja 
con la palabra en la boca. 
Critica, ríete, y si no te atreves
a hacerlo de frente usa la risa.
La palabra cruda y cierta,
la palabra tal y como se saca
del diccionario puede resultar mordaz.
Edulcórala con el barniz de la risa, 
ponle un lazo rosa si hace falta
pero dila, y dila con todas las de la ley.
La risa es ese caramelo que al helado
se le adiciona para engañar el gusto. 
Haz lo mismo, engáñate riendo
pero ríete —eso, sí, solo de ti mismo. 
La Risa es como la daga que se esconde
detrás del gabán que descansa en el brazo
y que espera entrar en acción para asestar
el golpe definitivo, mortal, al energúmeno,
al cacique, al dictador, al que machaca
por el mero deporte de machacar. 
Critica al otro, a lo otro, y hazlo de frente
—no te olvides de la empatía— y si la navaja
tiene mal filo o no coges vaina para entrar
en la conciencia del otro, de lo otro, usa vaselina.
Camino hacia el descanso del hogar —no es verdad,
es un simple juego retórico— y a la vista
de un jazminero me acerco, me encanta su olor.
Sigo andando con el jazmín en la nariz,
absorbo su aroma como si mañana no existiera,
sonrío de placer, no me lo como porque todavía
no soy una vaca al libre albedrío de un prado.
Me aseguro de que antes de tirarla para abono
de otras plantas urbanitas esté mustia, exhausta. 
Sigo andando con el recuerdo de su olor
en la pituitaria y sonrío otra vez de placer.
Cuando hablaba de la Risa no hablaba de sonreír.
Eso es harina de otro costal.