De un suspiro del extenso cosmos han surgido: hombre y mujer, bajo distintos cielos, pero marcados por un amor verdadero, y fueron plantados como rosas florecientes desde el amanecer, lleno de bendiciones y del amor que iban descubriendo, generaron una semilla de luz cual luchadores guerreros, aun desde tierras lejanas eran compañeros eternos, esposos en el alma y bendecidos por el amoroso fuego, fuego que los une, fuego verdadero, llamarada de amor que vence el infierno y hace brillar los cielos. Seres incansables, bajo la promesa de aquel que los unió, el Creador que a su imagen y semejanza los forjó y han sido conducidos al encuentro, para derrotar al dolor; y ellos, somos: tú y yo, tomados de la mano por las sendas del amor, y por eso desde las altas montañas me declaras con frenesí: “te amo porque nací de tu costilla, te amo porque nací para ti, te amo bajo la bendición divina y sé que tú me amas a mí”, y vamos por el mundo desvestidos de los miedos levantando el estandarte de la fidelidad inquebrantable que hemos proclamado sin dudar en un juramento perpetuo, principio de la existencia de una verdad que guarda silencio, que solo es escuchada por un Dios sin lamentos, para ser bendecidos en su tiempo perfecto, dando la libertad de ser una carne en un solo templo, por eso grito mi alegría a los vientos, porque creo en ti, porque el Amor nos ha unificado, porque para amarte nací…