Alberto Escobar

Otro mesías más...

 

Abaris o Ábaris. 
hijo de un sacerdote 
hiperbóreo de Apolo.

 

 


Vino de tierras extrañas,
más allá del orbe conocido.
Llegó montado en su asno
en loor de multitudes.
Era el mesías, la esperanza.
El populacho, cansado,
extendía sus mandíbulas
en señal de regocijo
y buenaventura.
Se decía que tenía dones divinos,
que era profeta, que predecía
con una antelación inusitada 
la llegada de catástrofes y alegrías.
A su paso se le hizo una suerte 
de calle por donde transcurría
escoltado por los mejores mozos
del pueblo, y todo el mundo,
incluido el alcalde, estaba dichoso.
Se decía que venía en son de paz,
pero los poderes constituidos
le miraban con ojos recelosos.
Venía de tierras allende lo conocido.
Nadie daba razón de su procedencia,
Traía en el zurrón que a la espalda
se le cruzaba una gama de frutas
de nadie conocidas que causó
la maravilla de los presentes. 
Frente al palacio residencial se apeó,
puso un pie y luego otro en el estribo
y con una gracia particular sentó
plaza en el lugar sobre el que reinaría
a continuación. Los poderes temblaban. 
La puerta del majestuoso palacio 
se abrió sin necesidad de aldabonazo
y él se encaminó hacia ella, decidido. 
El alcalde no opuso resistencia
—muy al contrario, estaba deseando
el relevo desde hace tiempo; las labores
de gobierno le cansaban tal si fuera
el presidente de una comunidad de vecinos.
El alcalde le precedía hacia el despacho
presidencial, que ya estaba dispuesto
para la toma de posesión, y Ábaris,
sorprendido por tanta loa, se dirigió
a la ventana a ver el paisaje que iba a ser
su compañero de trabajo desde ese momento.
Dio su aprobación y de seguido se acomodó
en la silla presidencial, se arrellanó en presencia
del alcalde —carecía de empatía— y extendió
sus pies cansados sobre el borde de la mesa.
Llamó por el interfono a su secretaria 
y le ordenó que dispusiera un ágape para dos.
El alcalde se regodeaba por dentro —no carecía
de empatía— al comprobar que todo estaba
cambiando para no cambiar nada...