Alberto Escobar

Solo Goya

 

Duquesa de Alba
vestida de negro. 

 

 

 


Cielo de Andalucía 
de un gris ceniza,
—de Sanlúcar se entiende—
refleja del mar sus balizas
frente a la casa de campo.
Goya, entretanto, es invitado
para pasar unos días, de descanso;
el amor, que callado tiembla,
le cosquillea el ombligo, y dice:
La Alba es mía, yo la pinto.
Sin saber el zaragozano
que era el principio de su fin,
la duquesa contrae fiebres,
amarillas, rojas, azules,
qué importa el color.
Paco, robusto de campo y jergón,
resiste el embate bacteriano
y no deja prender el morbo.
Cayetana, dejándose querer
y sabiendo de las inclinaciones
del pintor, le propone en silencio:
Paco, mi amor, píntame así,
con este vestido negro,
antesala de una muerte 
que se anuncia y que tomará prensa
tres años más tarde. 
Paco, deseoso y lúbrico,
coge los pinceles, adoba el lienzo,
dispone las paletas y le hace estar
durante dos horas en la posición
del cuadro —de pie riguroso. 
Viste de maja, con peineta luctuosa
y faja roja abrazando su cintura. 
Ella no señala, pero para la posteridad
sale indicando la firma innovadora
del pintor —ahí mostrando su genio. 
Se dice que yacieron en la playa.
¿Quién sabe? 
Dejémoslo volar al son de un viento
que fue brisa sanluqueña y vino fino. 
¿Cómo pudo el maestro resistir 
el tirón de su desnudez de maja?
No me imagino en su pellejo.