No nos cansaremos.
Esperaremos, sedientos,
bajo los sauces, las nubes
cargadas de miel y trigo.
Ceniza se ha vuelto el río:
luce blanca cabellera
y bufanda de hojas secas,
disfrazadas de alegría.
Ya dieron más de las ocho
y nos hemos sentado,
mirándonos los huesos
al contorno de un fogón
que tuesta nuestros sueños.
Al resplandor de las llamas
tejimos nuestras sombras
y comimos pedazos de pan
zambullidos en té de yerbas.
El sueño vendrá enseguida,
con su campanilla-olvido
que servirá de consuelo
para el estómago vacío.
Mañana seguiremos esperando.
Tal vez Dios quiera que llueva.