Hugo Emilio Ocanto

*** Exiliados en la sombra *** - Prosa - - Autor: José Luis Galarza - - Interpreta: Hugo Emilio Ocanto -

   La ciudad tiene un tiempo diferente para las caricias que le entrego. Soy sonido, sombra o eterna ausencia de mí y a la vez la plenitud de la ciudad.

          Estoy con un diario en el rostro, casi me pierdo en el diario y las hojas, arrea el viento los elementos que hablan en la intemperie. Planeo con la suerte de una pluma las diferencias que perforan los tímpanos y el material que ensaya la soledad en lo lúgubre de un muro enmohecido.

            La sombra sube perpleja con la oscuridad asciende, se apropia de las personas desde los pies hasta llenar de negrura el rostro. Borra el rostro de la mujer que está temblando, todo el concierto combina las mejores piezas, reúne los tonos y las risas, responden a una suerte de ensoñación inalcanzable, incomprensible. Como un lenguaje que habré perdido cuando me sumergí en el temblor.

             El miedo desaparece cuando la realidad pierde nitidez en la niebla de las confusiones. Los rostros no son míos y son los únicos.

             Son los rostros y el ambiente, la desaparición no es tal si nadie la reclama, no estoy pero nunca estuve.

            En los remolinos jugaba el silencio, la sombra de un hombre. Ritmaba con una nostalgia especial que cae como la ducha que se da la ciudad en este momento.

          Sobre todas las cosas desciende la voz intraducible. Con el espasmo de las emociones incontrolables, abre y cierra los ojos pero la realidad también se abre y cierra, mantiene esa ensoñación. Lanzado a la soledad.

             Abre los ojos y el movimiento se superpone con la lentitud de su ojos, no puede atrapar las mariposas. Las luces de colores vuelan en libertad, conserva la fantasía rayana del alcohol.

              Las lágrimas y las sonrisas pertenecen al tiempo, acompaña a las mariposas.

              Abre los ojos, porque volvieron las voces de los niños, son grises y las sombras no ofrecen más claridad.

           Él es el Chino, parece, tiene una pulmonía que lo está borrando. La esquina es del Chino. Nadie quiere meterse con un espectro, es curioso cómo el Chino ha quedado con la esquina. Adopta su figura con las manchas de la luna, el azul lunar del bulto a la izquierda del container. La tos convulsa puede terminar en cualquier veredicto con la esquina y la voz deshilada en la noche, en las ceremonias de los lobos.

           Pero la fiebre es asunto de una jornada. Se ilumina el camino y la música cambia, pero queda un trozo de pan. El hambre no pertenece a esta época, quién tiene hambre si la mirada se desgaja sobre los retazos de colores que circulan. Arrebata las formas para hurtar un poco del sol que conservan.

           Ay, dolor. La angustia atraviesa el pecho por una voz, una pequeña silueta, que confunde el alma. Está aquí el bulto informe, el testigo invisible de las calles, y no el pequeño (pájaro exiliado, condenado a la voracidad de la sombra, con las alitas quedas de la lejanía. La migración late en lo imposible, colonizado por la debilidad).

            No padece de hambre, es signo de vitalidad el hambre. El hambre lo conduciría de otra manera por los colores y olores circundantes.

            La fiebre en una oportunidad, no es fácil de creer, lo condujo a Zaratustra.

           El cuerpo poseído de mi amigo no escandaliza a nadie. Estaba grandioso, el sabio barbado, el bosque le crecía en la lengua. Erguido, con la potencia de palabras indomables y el peso de la tierra que traga a los incrédulos, estaba allí el hombre que no podemos despegar de la palabra futuro.

            Puse el paño frío no para bajar la fiebre, sino para conservar la voz que ocupaba cada espacio.

            Si se apagara.

          Como cuando vinieron a recoger a Roque, la procesión fue la misma que se hace en homenaje a la basura. Impusieron un cerco más grande que el que ya existía. Estaba Tito, Pepe, Raúl y yo, somos familia y no pudimos despedirnos.

        La noche nos da protección a todos por igual. Nadie nos dio una explicación. Cuando pregunté dónde lo llevaron, sólo dijeron que estaba en buenas manos. Soy testigo de la oscuridad y el silencio que lo devoró.

           Si se apagara.

           La misma oscuridad que cae sobre nosotros, apenas siluetas, amorfos, recibiendo la lluvia de sombras y procesando esa lluvia.

            Si se apagara.

         La voz brota como ajenidad, con la brutalidad de una explosión cósmica, tiene el mismo resultado, la verdad se presenta como un orden cósmico.

             Así habló Zaratustra. Si se apagara.

           El desaire, la crispación, el desconcierto, el laberinto en el exilio, la aventura, el interrogante, la impaciencia y la paz que termina por cubrirlo todo, una sensación de hermandad con un orden oculto, la comprensión de todo se manifiesta cuando recuperas el desamparo absoluto, cuando la luna te toma el pulso, son emociones típicas de la isla.

           Es que, si bien el viento y el espacio se extienden hasta el infinito, la música de la isla es liberada por un único piano. Deshecho el piano, no reúne las tierras separadas.

              La isla sin embargo no detiene la música.

              La única explicación, deduje, es que la tierra no es de uno y que la música es un territorio.

             Si los ojos niegan el acceso a la luz, si la sordera niega todo ingreso de sonido, la música sigue con la misma intensidad en la mente, irrefrenable, la voz está componiendo un equilibrio mientras me sujeta como un salvador.

             La voz le busca la vuelta a la condena, aunque no haya razones ni proceso que justifiquen la sentencia.

             Todo un universo está componiendo la justicia.

 

Galarza j. L., en Botellas en el aire: 2019 ©