Elizabeth Maldonado Manzanero

Esbozo

Hijo feliz, sonriente en el edén del pensamiento, te guareceré del llanto,

acogeré todo dolor que intente matar en tu rostro la alegría.

No habrá causes salinos que mojen tus rizos, ni los brillos de tus ojos

se ocultarán a la luz de los míos, tu dicha será magnánima,

tu piel no visitará el confín de los años, ni el desamor latirá

sobre tu pecho, tus oídos no razonaran ni las dulces mentiras,

ni turbará la codicia el sueño que reine prospero en tu cabeza,

ahorrarás a tu madre, el duelo constante de ver alejarse su sangre,

su carne en cada sesgo, en cada partida…  sobre todo,

cuando corriendo vayas presto al encuentro de otra edad,

otros conocimientos y otros besos al convertirte lejano a mis sentidos

en el ideal de hombre, por eso, no germinaré ni el egoísmo por procrearte,

no he de ser el fantasma de tus recuerdos. Perdón hijo por no desear,

la posesión de tu cuerpo entre mis brazos, por no permitirte vivir

ni la lujuria del cuerpo, la extravagante candidez del te quiero

o el calor de la caricia, más existirás siempre lo confieso,

en la añoranza de mis pechos, de mi vientre estéril, de mis manos ajadas

de caricias y tiempo… ¿Sera egoísmo el no querer compartir con nadie

la obligación o la devoción del cuidado del máximo tesoro que tengo?

Pero, ¿Dónde, donde estarás mejor que ahora en mi ensueño?

Por mi miedo amor no te tengo y para tu felicidad perenne,

no he de abrir a ti las fauces de mi océano, ni el cansancio de mis huesos.

He de retenerte preso, entre este llanto y mis tejidos que no formaran

ninguna parte de tus viseras. Después de todo hijo mío escribir

no vuelve tangible lo que te digo, ni la esperanza  se materializa en el deseo

ni la compasion acorta este añejo y recurrente dolor que siento..