Joseponce1978

El mosquito y el elefante (fábula)

Un mosquito sobrevolaba la sabana africana cuando se encontró con un elefante que dormía plácidamente. Dio varias vueltas revoloteando a su alrededor antes de posarse en una de sus orejas y, sin contemplaciones, comenzó a asestarle picotazos, pero la piel del paquidermo era demasiado gruesa como para poder atravesarla con su afilada trompa, y por lo tanto no le era posible llegar hasta la sangre. Buscó por el enorme cuerpo algún punto donde la piel fuese más fina pero no conseguía sacar petróleo en ninguna de sus perforaciones, llevándolo a un estado de extrema irritación.

El elefante ni tan siquiera notaba los picotazos, y por momentos se le dibujaba en la boca una sonrisa porque estaba soñando con su elefanta, lo cual exasperaba aún más al mosquito.

En eso pasó por allí la madre del mosquito, quien lo conocía bien, como es lógico, y al oír a su hijo zumbando como si se le hubiese aflojado la correa de distribución, quiso saber:

- ¿Qué te ocurre, hijo? ¿A qué viene ese enfado?

- ¿Cómo no voy a estar enfadado, mamá, si llevo aquí un buen rato cosiendo a picotazos a este elefante y todavía no he conseguido ni catar su sangre?-. Le contestó a su madre, visiblemente enrabietado.

- Bueno, hijo, no te pongas así. Ya sabes que los elefantes tienen la piel muy gruesa y no nos resulta sencillo traspasarla. Vente a casa que hace mucho calor y te tomas un cocktail fresco de esos que tanto te gustan, de sangre de cebra y plasma de ñu.

- Sí, mamá, tú vete que ahora voy.

Su madre se marchó pero él ya se había obcecado y, llegados a este punto, el no haber saciado su hambre era lo de menos. Lo que realmente le molestaba era el hecho de ver como el elefante no se inmutaba ante sus picotazos. Él, que encontraba tan divertido incordiar a las gacelas y ponerlas a rascarse con las 4 pezuñas, ¿no iba a conseguir alterar lo más mínimo el sueño de aquel maldito mastodonte? Y encima aquella sonrisa. ¡Se está burlando de mis picotazos! Pensó. ¡Esto no puede quedar así!

Recorriendo aquella montaña peluda gris con el fin de encontrar algún punto débil, llegó hasta la trompa y vio que en el extremo había 2 orificios recubiertos de un tejido tierno y viscoso. Con cuidado para no quedarse pegado, se introdujo en uno de ellos y le asestó una estocada con toda la furia que le fue posible.

Al elefante, al notar el leve pinchazo en su flora nasal, le vino un repetino estornudo y el mosquito salió disparado por la trompa a la velocidad del sonido. Cerró los ojos creyendo que había llegado su final y se iba a estampar contra una piedra o el tronco de una acacia. En un instante se le pasó toda su vida por delante, pero milagrosamente, fue a dar con la boñiga de un hipopótamo recién puesta que amortiguó el golpe y así pudo salvar su vida. El problema es que quedó allí clavado y la boñiga comenzó a endurecerse por el efecto del sol.

- ¡Oh, no. Maldita sea! ¡Agonizaré incrustado en una mierda petrificada! Se lamentaba, cuando vió pasar por allí a una rana.

-¡ Ranita, ranita, por lo que más quieras! ¡Mira en qué situación me encuentro! ¡Sálvame de quedar emparedado aquí, te lo suplico!

La rana se lo pensó un momento: de haberse tratado de una mariposa o una libélula, tal vez le habría merecido la pena mancharse la lengua, pero por un bocado tan ínfimo, no se arriesgó a quedarse con mal sabor de boca. Se dio la vuelta y desapareció.