Siempre me idolatró sin condiciones
siendo de mi existencia su lucero;
dándole a mis momentos las razones
que hacen de la pasión un pebetero.
Era su dulce voz y expresiones
trinos del más romántico jilguero;
ellas llevaban siempre diapasones
llenos del gran amor, tierno y sincero.
Nunca se imaginó que aquel encanto
pleno de sentimiento muy profundo,
fuera por mi traición oscurecido.
Hoy que mi soledad me duele tanto
cerca de abandonar el triste mundo,
¡llora mi corazón arrepentido!
Autor: Aníbal Rodríguez.