Alejandrina

Carta a Jorge Teillier

Hay un dolor salobre en esta tarde,  

que adolece de fragancias verdes;

esa pátina de un tiempo ajeno y solitario.

Hay un aroma a bielas lejanas,

un estilar de aleros pensativos;

donde la lluvia sureña,

viene a anidar todas las nostalgias de las nubes…

Entre todas estas cosas descansabas tú poeta de los lares;

atisbando más allá de la cerca del tiempo,

bajo la sombra azul de una bandada de pájaros silvestres

o te empinabas en el lánguido silbido

de los peones de tu viejo Lautaro.

En ti habitaban todos los inviernos:

el conjuro del bosque con la flor de sus raíces,

la niebla con sus designios y sus faunos.

Desde entonces he caminado

las mismas veredas empedradas de tus dominios perdidos,

y me emborraché abrazada al llanto del vino…

aquel que dejaste a la mitad de tu devota eternidad.

Desde tu ausencia ya no hay trenes en los senos de la noche,

los hierros yacen derrotados por el moho y el olvido,

solo la vieja gotera ha eternizado su lenguaje

de nostalgia en la estación del pueblo;

los espectros entre los álamos

tocan en vano sus panderos frente a tu puerta,

pero nadie retorna del frío abrazo de la tierra…

Qué lejos ha quedado el tiempo

en que tomaban vuelo las gaviotas de tu aliento

y el plumaje de tu voz colgado en los alambres,     

enamoraba la suavidad de la madera.     

Ven viento de los locos,

abramos el dosel del paisaje sureño

con un rumor de rieles oxidados,

y el latido del océano floreciendo

en la oceánica conjunción de tu mirada.

La copa se ha embriagado esperando en vano tu regreso

y hay una carta de lluvia,

anclada a unos ojos verdes al fondo de la cantina.

Es de noche y la vieja máquina va trillando la luna;

va buscando el abrazo de tu sombra al final del potrero:

siento brillar sus dientes como el perro,

que sueña echado frente al fuego.

¿Recuerdas la aldea...?

allí colgaban las tejas hacia el cielo,

allí entre las serpenteantes odaliscas del humo,

iba tu voz buscando el contorno

de tus locomotoras olvidadas por el tiempo y la distancia.

Cómo ha sido tu viaje…viejo  amigo,

aún te acompañan los conejos y esas antojadizas polillas.

Te imagino brindando con tu sombra

o conversando bajito, para no espantar tu propia muerte.

¿Qué has encontrado en este largo camino

bajo las devotas sombras de la tierra?

miseria, dolor, un singlar de pájaros

sobre tus ovejas extraviadas…

¿Encontraste el nombre de aquella muchacha de mirada triste?

Se ha doblado la luz buscando tus recuerdos

y la hojarasca fuma su pipa junto al socorro difuso de Junio,

esperando la fugitiva geometría de tus huellas.

Dónde estás poeta de los lares;

extraño el licor maduro del roble en tus codos de monje;  

en el monasterio abandonado de tu boca,

bajo la niebla de tu ausente mirada.

Hoy la lluvia vino a desayunar en mi alma

y el puelche abandonó su residencia

para golpear mi ventana…

Qué códigos esconde la viudez de tus palabras;

por qué las despedidas,

bailan un solitario frente al espejo de las tumbas.

Mientras mis gatas abren las puertas de sus ágatas

a través de los cristales;

algo pasa rozando mi atormentado esqueleto

como un suave batir de remos en el agua…