Alberto Escobar

La Sed.

 

 

 

 

 

 

 

Miércoles Santo.
La iglesia que guarda las figuras de \"La Sed\" ha recibido ya su bautizo. Manuel, el párroco habitual de la sede, lleva desde las seis de la mañana vistiendo para la ocasión a todas las figuras que se esparcen por el artesonado barroco, por las capillas que en el siglo de su construcción se abrieron en honor a aquellas familias pudientes que quisieron vincularse de por muerte con la basílica y dieron a descansar a sus muertos bajo el quebrado enlosetado de mármol blanco, ya cascado por el paso del tiempo. 
Mi nombre —disculpen mi osadía de entrar sin avisar— es Arcángelo, soy el monaguillo de esta iglesia y rezo como segundo de abordo bajo la bitácora de Manuel, que según he escuchado a algún feligrés, suelta prendas contra mí los días de misa. Sí es verdad que hago de las mías, soy un alma libre, como se suele decir, y me gusta tomar mis propias iniciativas por muy descocadas que sean, son mías y eso es lo que me importa.
Cuando entré por la puerta principal, esa por la que dentro de unas horas saldrán los nazarenos y los pasos, Manuel estaba encaramado al altar con una bayeta y un abrillantador de dorados dándole con ahínco a cada recoveco por minúsculo que fuera; era claro que deseaba que Dios estuviera contento con su labor y faenaba como si tuviese al lado. 
Le di una voz pero ni con el reverbero propio del edificio se dio por aludido. Después de tres voces salió de su ensimismamiento y se dignó mirarme, con cara de reproche, le molestó.
Ni se bajó siquiera de dónde estaba; por momentos me entró el miedo a que se fuera a caer y decidí cauto entrar en la sacristía, revestirme como es debido y empezar mi labor diaria. 
La procesión debía presentar su cruz de guía delante de la puerta a las tres de la tarde, por lo tanto faltaban cuatro horas para que todo emergiese, para que el colorido brotara como pistola de agua que en vez de agua llevara azules, rojos, amarillos, blancos y negros —estos dos últimos colores son los que predominan en la indumentaria de los nazarenos—, y todo el espectro posible e imposible se daba cita junto a todo un abanico de notas y redobles de tambor, todo un deleite para los sentidos. 
Ya se acerca el hermano mayor para dar instrucciones a Manuel. 
Algo se cocina que no sabíamos. Veremos a ver...