🇳🇮Samuel Dixon🇳🇮

El gran regreso

I

El maya, el inca, el azteca
escuché en un restaurante
que decía un estudiante
en los brazos de Rebeca.
Ella, dama de biblioteca
se sorprende en su cultura
que un aprendiz desfigura 
la grandeza tan perfecta
y dice mientras detecta:
¡hijo mío, que locura!

II

El presiente que es mentira,
le comenta otra crueldad;
¿qué pasa en esta ciudad
que cuando el genio suspira
los encantos de su lira
nos derriten el cabello?
Otras veces su destello 
nos deja viendo en el norte
las maldades de la corte
infundiendo lo más bello.

III

¡Niño lindo tan severo
me siento toda odalisca,
me presento; soy Francisca
la mujer de este mesero!
El es mi fiel compañero
que ha traído desde Oriente
la deidad de una serpiente
y la mano de Tolstoy.
Contaré la mitad hoy
y la otra, queda pendiente.

IV

Del camino carnaval,
del estruendo de un monarca
salió un valiente en su barca
por un lago de cristal.
Como no había señal
para navegar el sueño,
buscó al poeta risueño
y proyectos de trabajo
le dijo: ¡poeta carajo,
dame un don de ser tu dueño!

V

El poeta dio una esgrima
al combatiente extranjero;
le dijo: observa el letrero
y descifra, ¿dónde hay rima?
Antes que la risa oprima
y no logres contestar,
no vuelvas a preguntar
que para lograr ser cliente
debes ser inteligente
como medusa en el mar.

VI

Del asunto legendario
se sorprenden los mirandas
dando pausa a sus parrandas
por el cuento tan precario.
El jefe de todo el barrio 
levantó pronto su mano
con un libro tibetano
y ofreció un fresco con pulpas,
la mujer pidió disculpas
con un canto siberiano.

VII

De pronto el gran restaurante
se volvió toda una escuela,
como un barco con su vela
dio protesta al estudiante:
yo no soy nada causante
de un paraíso perdido,
solo afirmo que he leído
la cultura americana
donde es fresca la mañana
con olores de Cupido.

VIII

Para educar no hay lugares
pero, lugares de suerte.
Nadie vuelve de la muerte
por encantos estelares.
Del libro tres ejemplares;
existen dos en Olmeca
al cruzar la Tierra seca
por el desierto fecundo,
Te dará sorpresa el mundo:
ese está en la biblioteca.

 IX

De repente en la Codina
se grita: ¿es cierto señora
que el corazón de la aurora
en inciensos se reclina?
La verdad es clandestina
dijo la boca sonriente.
Cuando yo era adolescente
pues sus páginas leía;
cuentos, novelas, poesía
y pensé ser diferente.

 X

Por hoy se cierra el lugar;
pues ya tengo otra misión,
les dejo mi dirección:
gracias, gerente del bar.
Si llegan puedo contar
de una serpiente sin pleca
en un libro de Babieca
supuso a su caminante,
para endulzar cada instante:
visiten la biblioteca...

 XI

Visité sus edificios
por un libro de Coelho 
y ya he perdido el anhelo
con mis fuertes sacrificios;
porque tuve en mis inicios
un maestro legendario,
director bibliotecario
que me supo dirigir,
con motivos de visir
y murió por un denario.

XII

Otro día fui de nuevo
y pedí una vil revista,
con consejos de estilista 
me respondió su relevo.
De eso, mi plegaria elevo
porque supe comprender
la importancia de leer
para un mundo tan brillante.
Desde ahora otro calmante
no consigo desde ayer.

XIII

El relevo siempre estaba
pero algo raro ocurrió,
desde ayer ya no volvió,
solo queda aquella aljaba
del libro el cual te contaba
la historia de la serpiente.
Soy lectora consistente
y me gusta dar sustento,
a través del pensamiento
como barco independiente.

XIV

También leí tantas notas
coronadas de beldad;
sutileza y sociedad
bajo las páginas rotas.
Al vuelo de las gaviotas 
dedico besos al viento
sin negar ese momento
que derramé mis sollozos,
al exceder los rebozos,
fui cronista de ese cuento.

XV

Como nadie lo esperaba
apareció entre la mesa
Insulín y Tirolesa
protestantes de mastaba.
La puerta ya se cerraba
y cuando colocó llave,
de adentro dijeron: ¡suave!
Desmayando mi postura,
nunca supe qué figura
pensaría algo tan grave.

 XVI

Cuando pudo despertar
la mujer desenvainada,
me clavó con su mirada
que no puedo ni olvidar.
Acá paro de llorar
porque pido a su congreso
que destruya este proceso
y yo vuelva a mí rutina:
pues su vista cristalina
es mi limbo más travieso.

XVII

Otro día por el bar
se encontraron otra vez;
la mujer con su vejez
y el chico sin preguntar
reconoció ese lugar
y dijo sensiblemente,
¡oh mujer, bella durmiente,
a tus encantos doy cribo
que me salvaste el estribo
y el deslave de mi mente!

 XVIII

Ahí viene el fabuloso
en alerta del presente;
esa tensa y divergente
de un experto poderoso
o quizás es bondadoso,
tal vez no tiene condado
por andar desesperado,
lo han corrido por doquiera,
si no sabes su bandera,
¡bienvenidos, ya ha llegado!

 XIX

A mi edad de diecinueve
de Tolstoy saqué un recuerdo
con talle sagaz y lerdo 
porque todo me conmueve.
Ahora viendo que llueve,
te prometo la Ley Seca
y desde tu biblioteca
mutilo este pensamiento
que te diga con acento:
¡Gracias por todo, Rebeca!

                Samuel Dixon [21/05/2022]